domingo, 31 de julho de 2016

Federico García Lorca

Federico García Lorca. Biografía


Mucho de lo que buscas sobre este autor y su obra vas a encontrarlo aquí: Federico García Lorca ante los 80 años de su muerte: nuevas perspectivas de investigación



Federico García Lorca (Fuentevaqueros, 5 de junio de 1898 - Víznar, 19 de agosto de 1936). Poeta y dramaturgo español. 

En 1915 comienza a estudiar Filosofía y Letras, así como Derecho, en la Universidad de Granada. Forma parte de El Rinconcillo, centro de reunión de los artistas granadinos donde conoce a Manuel de Falla. Entre 1916 y 1917 realiza una serie de viajes por España con sus compañeros de estudios, conociendo a Antonio Machado. En 1919 se traslada a Madrid y se instala en la Residencia de Estudiantes, coincidiendo con numerosos literatos e intelectuales.
Junto a un grupo de intelectuales granadinos funda en 1928 la revista Gallo, de la que sólo salen 2 ejemplares. En 1929 viaja a Nueva York y a Cuba. Dos años después funda el grupo teatral universitario La Barraca, para acercar el teatro al pueblo, y en 1936 vuelve a Granada donde es detenido y fusilado por sus ideas liberales.
Escribe tanto poesía como teatro, si bien en los últimos años se volcó más en este último, participando no sólo en su creación sino también en la escenificación y el montaje. En sus primeros libros de poesía se muestra más bien modernista, siguiendo la estela de Antonio Machado, Rubén Darío y Salvador Rueda. En una segunda etapa aúna el Modernismo con la Vanguardia, partiendo de una base tradicional.
En cuanto a su labor teatral, Lorca emplea rasgos líricos, míticos y simbólicos, y recurre tanto a la canción popular como a la desmesura calderoniana o al teatro de títeres. En su teatro lo visual es tan importante como lo lingüístico, y predomina siempre el dramatismo.
En la actualidad Federico García Lorca es el poeta español más leído de todos los tiempos.

Cronología de obras

1918.- “Impresiones y paisajes”
1920.- “Suites”
1921.- “Libro de poemas”
1921.- “Poema del cante jondo”
1927.- “Canciones”1927-1931.- “Viaje a la luna”
1928.- “Romancero gitano”
1929-1930.- “Poeta en Nueva York”
1931.- “Diván del Tamarit”
1931-1934.- “18 poemas breves”1934.- “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”
1935.- “Primeras canciones”
1935.- “Seis poemas galegos”1936.- “Sonetos del amor oscuro”


Teatro

1919.- “El maleficio de la mariposa”1923.- “El misterio de los reyes magos”1923.- “Mariana Pineda”1923.- “La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón”1923.- “Lola la comedianta”1928.- “Teatro breve”1929.- “Viaje a la luna”1930.- “La zapatera prodigiosa”1931.- “Tragedia de Don Cristóbal y la Señá Rosita”1931.- “El retablillo de Don Cristóbal”1931.- “Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín”1931.- “Así que pasen cinco años”1933.- “El público”1933.- “Bodas de sangre”1934.- “Yerma”
1935.- “Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores”
1936.- “La casa de Bernarda Alba”
1936.- “La comedia sin título”
1936.- “Los sueños de mi prima Aurelia"
1936.- “La destrucción de Sodoma”


Varios

“Granada. Paraíso cerrado para muchos”
“Historia de este gallo”1926.- “La imagen poética de Luís de Góngora”1927-1928.- “Degollación del Bautista”
1927-1928.- “Degollación de los inocentes”
1927-1928.- “Suicidio en Alejandría”1927-1928.- “Santa Lucía y San Lázaro”1927-1928.- “Nadadora sumergida. Pequeño homenaje a un cronista de salones”1927-1928.- “Amantes asesinados por una perdiz”1927-1928.- “La gallina”1928.- “Las nanas infantiles” 
1929.- “Imaginación, inspiración y evasión de la poesía”1930.- “Teoría y juego del duende”
1935.- “Charlas sobre teatro” 1935.- “De mar a mar”1936.- “En homenaje a Luis Cernuda”1936.- “Semana Santa en Granada”

Federico en Internet: 
Fuente: Federico en el Instituto Cervantes

Puedes encontrar obra y mucha información sobre el autor: Federico, obra y más


Poeta en Nueva York





Federico García Lorca, muerte de un poeta

El misterio que rodea a Federico García Lorca

A los 80 años de su muerte. Monográfico del periódico El Mundo

Pablo Neruda, Vicente Huidobro y César Vallejo. Las vanguardias latinoamericanas y la Guerra Civil Española

PABLO NERUDA , VICENTE HUIDOBRO, CÉSAR VALLEJO Y SU ÉPOCA


Taller didáctico
Mª Belén García Llamas
Instituto Cervantes de Río de Janeiro



ÍNDICE

  1. Semblanza de los poetas

  2. España y la Guerra Civil

  3. El término Vanguardia Y sus diferentes connotaciones

  4. Compromiso político y compromiso estético

  5. Análisis de algunos poemas






Pablo...


VALS
Yo toco el odio como pecho diurno,
yo sin cesar, de ropa en ropa vengo
durmiendo lejos.
No soy, no sirvo, no conozco a nadie,
no tengo armas de mar ni de madera,
no vivo en esta casa.
De noche y agua está mi boca llena.
La duradera luna determina
lo que no tengo.
Lo que tengo está en medio de las olas.
Un rayo de agua, un día para mí:
un fondo férreo.
No hay contramar, no hay escudo, no hay traje,
no hay especial solución insondable,
ni párpado vicioso.
Vivo de pronto y otras veces sigo.
Toco de pronto un rostro y me asesina.
No tengo tiempo.
No me busquéis entonces descorriendo
el habitual hilo salvaje o la
sangrienta enredadera.
No me llaméis: mi ocupación es ésa.
No preguntéis mi nombre ni mi estado.
Dejadme en medio de mi propia luna,
en mi terreno herido.
(En 1934 fue escrito este poema. Cuántas cosas han sobrevenido desde entonces! España, donde lo escribí, es una cintura de ruinas. Ay! si con sólo una gota de poesía o de amor pudiéramos aplacar la ira del mundo, pero eso sólo lo pueden la lucha y el corazón resuelto.
El mundo ha cambiado y mi poesía ha cambiado. Una gota de sangre caída en estas líneas quedará viviendo sobre ellas, indeleble como el amor.
Marzo de 1939.)
MADRID (1936)
MADRID sola y solemne, julio te sorprendió con tu alegría
de panal pobre: clara era tu calle,
claro era tu sueno.
                           Un hipo negro
de generales, una ola
de sotanas rabiosas
rompió entre tus rodillas
sus cenagales aguas, sus ríos de gargajo.
Con los ojos heridos todavía de sueño,
con escopeta y piedras, Madrid, recién herida,
te defendiste. Corrías
por las calles
dejando estelas de tu santa sangre,
reuniendo y llamando con una voz de océano,
con un rostro cambiado para siempre
por la luz de la sangre, como una vengadora
montaña, como una silbante
estrella de cuchillos.
Cuando en los tenebrosos cuarteles, cuando en las sacristías
de la traición entró tu espada ardiendo,
no hubo sino silencio de amanecer, no hubo
sino tu paso de banderas,
y una honorable gota de sangre en tu sonrisa.


EXPLICO ALGUNAS COSAS
PREGUNTARÉIS: Y dónde están las lilas?


Y la metafísica cubierta de amapolas?
Y la lluvia que a menudo golpeaba
sus palabras llenándolas
de agujeros y pájaros?
Os voy a contar todo lo que me pasa.
Yo vivía en un barrio
de Madrid, con campanas,
con relojes, con árboles.
Desde allí se veía
el rostro seco de Castilla
como un océano de cuero.
                                      Mi casa era llamada
la casa de las flores, porque por todas partes
estallaban geranios: era
una bella casa
con perros y chiquillos.
                                                        Raúl, te acuerdas?
Te acuerdas, Rafael?
                               Federico, te acuerdas
debajo de la tierra,
te acuerdas de mi casa con balcones en donde
la luz de junio ahogaba flores en tu boca?
                                                   Hermano, hermano!
Todo
eran grandes voces, sal de mercaderías,
aglomeraciones de pan palpitante,
mercados de mi barrio de Argüelles con su estatua
como un tintero pálido entre las merluzas:
el aceite llegaba a las cucharas,
un profundo latido
de pies y manos llenaba las calles,
metros, litros, esencia
aguda de la vida,
                        pescados hacinados,
contextura de techos con sol frío en el cual
la flecha se fatiga,
delirante marfil fino de las patatas,
tomates repetidos hasta el mar.
Y una mañana todo estaba ardiendo
y una mañana las hogueras
salían de la tierra
devorando seres,
y desde entonces fuego,
pólvora desde entonces,
y desde entonces sangre.
Bandidos con aviones y con moros,
bandidos con sortijas y duquesas,
bandidos con frailes negros bendiciendo
venían por el cielo a matar niños,
y por las calles la sangre de los niños
corría simplemente, como sangre de niños.
Chacales que el chacal rechazaría,
piedras que el cardo seco mordería escupiendo,
víboras que las víboras odiaran!
Frente a vosotros he visto la sangre
de España levantarse
para ahogaros en una sola ola
de orgullo y de cuchillos!
Generales
traidores:
mirad mi casa muerta,
mirad España rota:
pero de cada casa muerta sale metal ardiendo
en vez de flores,
pero de cada hueco de España
sale España,
pero de cada niño muerto sale un fusil con ojos,
pero de cada crimen nacen balas
que os hallarán un día el sitio
del corazón.
Preguntaréis por qué su poesía
no nos habla del sueño, de las hojas,
de los grandes volcanes de su país natal?
Venid a ver la sangre por las calles,
venid a ver
la sangre por las calles,
venid a ver la sangre
por las calles!


CANTO A LAS MADRES DE LOS MILICIANOS MUERTOS
NO han muerto! Están en medio
de la pólvora,
de pie, como mechas ardiendo.
Sus sombras puras se han unido
en la pradera de color de cobre
como una cortina de viento blindado,
como una barrera de color de furia,
como el mismo invisible pecho del cielo.

Madres! Ellos están de pie en el trigo,
altos como el profundo mediodía,
dominando las grandes llanuras!
Son una campanada de voz negra
que a través de los cuerpos de acero asesinado
repica la victoria.
                         Hermanas como el polvo
caído, corazones
quebrantados,
tened fe en vuestros muertos!
No sólo son raíces
bajo las piedras teñidas de sangre,
no sólo sus pobres huesos derribados
definitivamente trabajan en la tierra,
sino que aun sus bocas muerden pólvora seca
y atacan como océanos de hierro, y aun
sus puños levantados contradicen la muerte.

Porque de tantos cuerpos una vida invisible
se levanta. Madres, banderas, hijos!
Un solo cuerpo vivo como la vida:
un rostro de ojos rotos vigila las tinieblas
con una espada llena de esperanzas terrestres!

Dejad
vuestros mantos de luto, juntad todas
vuestras lágrimas hasta hacerlas metales:
que allí golpeamos de día y de noche,
allí pateamos de día y de noche,
allí escupimos de día y de noche
hasta que caigan las puertas del odio!
Yo no me olvido de vuestras desgracias, conozco
vuestros hijos
y si estoy orgulloso de sus muertes,
estoy también orgulloso de sus vidas.
                                                       Sus risas
relampagueaban en los sordos talleres,
sus pasos en el Metro
sonaban a mi lado cada día, y junto
a las naranjas de Levante, a las redes del Sur, junto
a la tinta de las imprentas, sobre el cemento de las arquitecturas
he visto llamear sus corazones de fuego y energías.
Y como en vuestros corazones, madres,
hay en mi corazón tanto luto y tanta muerte
que parece una selva
mojada por la sangre que mató sus sonrisas,
y entran en él las rabiosas nieblas del desvelo
con la desgarradora soledad de los días.
Pero
más que la maldición a las hienas sedientas, al estertor
         bestial
que aúlla desde el África sus patentes inmundas,
más que la cólera, más que el desprecio, más que el llanto,
madres atravesadas por la angustia y la muerte,
mirad el corazón del noble día que nace,
y sabed que vuestros muertos sonríen desde la tierra
levantando los puños sobre el trigo.

MADRID (1937)
EN esta hora recuerdo a todo y todos,
fibradamente, hundidamente en
las regiones que -sonido y pluma-
golpeando un poco, existen
más allá de la tierra, pero en la tierra. Hoy
comienza un nuevo invierno.
                                         No hay en esa ciudad,
en donde está lo que amo,
no hay pan ni luz: un cristal frío cae
sobre secos geranios. De noche sueños negros
abiertos por obuses, como sangrientos bueyes:
nadie en el alba de las fortificaciones,
sino un carro quebrado: ya musgo, ya silencio de edades
en vez de golondrinas en las casas quemadas,
desangradas, vacías, con puertas hacia el cielo:
ya comienza el mercado a abrir sus pobres esmeraldas,
y las naranjas, el pescado,
cada día traídos a través de la sangre,
se ofrecen a las manos de la hermana y la viuda.
Ciudad de luto, socavada, herida,
rota, golpeada, agujereada, llena
de sangre y vidrios rotos, ciudad sin noche, toda
noche y silencio y estampido y héroes,
ahora un nuevo invierno más desnudo y más solo,
ahora sin harina, sin pasos, con tu luna
de soldados.
                    A todos, a todos.
                                           Sol pobre, sangre nuestra
perdida, corazón terrible
sacudido y llorando. Lágrimas como pesadas balas
han caído en tu oscura tierra haciendo sonido
de palomas que caen, mano que cierra
la muerte para siempre, sangre de cada día
y cada noche y cada semana y cada
mes. Sin hablar de vosotros, héroes dormidos
y despiertos, sin hablar de vosotros que hacéis temblar el agua
y la tierra con vuestra voluntad insigne,
en esta hora escucho el tiempo en una calle,
alguien me habla, el invierno
llega de nuevo a los hoteles
en que he vivido,
todo es ciudad lo que escucho y distancia
rodeada por el fuego como por una espuma
de víboras, asaltada por una
agua de infierno.
                        Hace ya más de un año
que los enmascarados tocan tu humana orilla
y mueren al contacto de tu eléctrica sangre:
sacos de moros, sacos de traidores,
han rodado a tus pies de piedra: ni el humo ni la muerte
han conquistado tus muros ardiendo.
                                                      Entonces,
qué hay, entonces? Sí, son los del exterminio,
son los devoradores: te acechan, ciudad blanca,
el obispo de turbio testuz, los señoritos
fecales y feudales, el general en cuya mano
suenan treinta dineros: están contra tus muros
un cinturón de lluviosas beatas,
un escuadrón de embajadores pútridos
y un triste hipo de perros militares.
Loor a ti, loor en nube, en rayo,
en salud, en espadas,
frente sangrante cuyo hilo de sangre
reverbera en las piedras malheridas,
deslizamiento de dulzura dura,
clara cuna en relámpagos armada,
material ciudadela, aire de sangre
del que nacen abejas.
                                Hoy tú que vives, Juan,
hoy tú que miras, Pedro, concibes, duermes, comes:
hoy en la noche sin luz vigilando sin sueño y sin reposo,
solos en el cemento, por la tierra cortada,
desde los enlutados alambres, al Sur, en medio, en torno,
sin cielo, sin misterio,
hombres como un collar de cordones defienden
la ciudad rodeada por las llamas: Madrid endurecida
por golpe astral, por conmoción del fuego:
tierra y vigilia en el alto silencio
de la victoria: sacudida
como una rosa rota: rodeada
de laurel infinito!

UN CANTO PARA BOLÍVAR
PADRE nuestro que estás en la tierra, en el agua, en el aire
de toda nuestra extensa latitud silenciosa,
todo lleva tu nombre, padre, en nuestra morada:
tu apellido la caña levanta a la dulzura,
el estaño bolívar tiene un fulgor bolívar,
el pájaro bolívar sobre el volcán bolívar,
la patata, el salitre, las sombras especiales,
las corrientes, las vetas de fosfórica piedra,
todo lo nuestro viene de tu vida apagada,
tu herencia fueron ríos, llanuras, campanarios,
tu herencia es el pan nuestro de cada día, padre.
Tu pequeño cadáver de capitán valiente
ha extendido en lo inmenso su metálica forma,
de pronto salen dedos tuyos entre la nieve
y el austral pescador saca a la luz de pronto
tu sonrisa, tu voz palpitando en las redes.
De qué color la rosa que junto a tu alma alcemos?
Roja será la rosa que recuerde tu paso.
Cómo serán las manos que toquen tu ceniza?
Rojas serán las manos que en tu ceniza nacen.
Y cómo es la semilla de tu corazón muerto?
Es roja la semilla de tu corazón vivo.
Por eso es hoy la ronda de manos junto a ti.
Junto a mi mano hay otra y hay otra junto a ella,
y otra más, hasta el fondo del continente oscuro.
Y otra mano que tú no conociste entonces
viene también, Bolívar, a estrechar a la tuya:
de Teruel, de Madrid, del Jarama, del Ebro,
de la cárcel, del aire, de los muertos de España
llega esta mano roja que es hija de la tuya.
Capitán, combatiente, donde una boca
grita libertad, donde un oído escucha,
donde un soldado rojo rompe una frente parda,
donde un laurel de libres brota, donde una nueva
bandera se adorna con la sangre de nuestra insigne aurora,
Bolívar, capitán, se divisa tu rostro.
Otra vez entre pólvora y humo tu espada está naciendo.
Otra vez tu bandera con sangre se ha bordado.
Los malvados atacan tu semilla de nuevo,
clavado en otra cruz está el hijo del hombre.
Pero hacia la esperanza nos conduce tu sombra,
el laurel y la luz de tu ejército rojo
a través de la noche de América con tu mirada mira.
Tus ojos que vigilan más allá de los mares,
más allá de los pueblos oprimidos y heridos,
más allá de las negras ciudades incendiadas,
tu voz nace de nuevo, tu mano otra vez nace:
tu ejército defiende las banderas sagradas:
la Libertad sacude las campanas sangrientas,
y un sonido terrible de dolores precede
la aurora enrojecida por la sangre del hombre.
Libertador, un mundo de paz nació en tus brazos.
La paz, el pan, el trigo de tu sangre nacieron,
de nuestra joven sangre venida de tu sangre
saldrán paz, pan y trigo para el mundo que haremos.
Yo conocí a Bolívar una mañana larga,
en Madrid, en la boca del Quinto Regimiento,
Padre, le dije, eres o no eres o quién eres?
Y mirando el Cuartel de la Montaña, dijo:
"Despierto cada cien años cuando despierta el pueblo".


V
A MIGUEL HERNÁNDEZ, ASESINADO EN LOS PRESIDIOS DE ESPAÑA
LLEGASTE a mí directamente del Levante. Me traías,
pastor de cabras, tu inocencia arrugada,
la escolástica de viejas páginas, un olor
a Fray Luis, a azahares, al estiércol quemado
sobre los montes, y en tu máscara
la aspereza cereal de la avena segada
y una miel que medía la tierra con tus ojos.
También el ruiseñor en tu boca traías.
Un ruiseñor manchado de naranjas, un hilo
de incorruptible canto, de fuerza deshojada.
Ay, muchacho, en la luz sobrevino la pólvora
y
tú, con ruiseñor y con fusil, andando
bajo la luna y bajo el sol de la batalla.
Ya sabes, hijo mío, cuánto no pude hacer, ya sabes
que para mí, de toda la poesía, tú eras el fuego
           azul.
Hoy sobre la tierra pongo mi rostro y te escucho,
te escucho, sangre, música, panal agonizante.
No he visto deslumbradora raza como la tuya,
ni
raíces tan duras, ni manos de soldado,
ni he visto nada vivo como tu corazón
quemándose en la púrpura de mi propia bandera.
Joven eterno, vives, comunero de antaño,
inundado por gérmenes de trigo y primavera,
arrugado y oscuro como el metal innato,
esperando el minuto que eleve tu armadura.
No estoy solo desde que has muerto. Estoy con los que
          te buscan.
Estoy con los que un día llegarán a vengarte.
Tú reconocerás mis pasos entre aquellos
que se despeñarán sobre el pecho de España
aplastando a Caín para que nos devuelva
los rostros enterrados.
Que sepan los que te mataron que pagarán con sangre.
Que sepan los que te dieron tormento que me verán
           un día.
Que sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre
en sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos
de perra, silenciosos cómplices del verdugo,
que no será borrado tu martirio, y tu muerte
caerá sobre toda su luna de cobardes.
Y a los que te negaron en su laurel podrido,
en tierra americana, el espacio que cubres
con tu fluvial corona de rayo desangrado,
déjame darles yo el desdeñoso olvido
porque a mí me quisieron mutilar con tu ausencia.
         Miguel, lejos de la prisión de Osuna, lejos
         de la crueldad, Mao Tse-tung dirige
         tu poesía despedazada en el combate
         hacia nuestra victoria.
                                                     Y Praga rumorosa
         construyendo la dulce colmena que cantaste,
         Hungría verde limpia sus graneros
         y baila junto al río que despertó del sueño.
         Y de Varsovia sube la sirena desnuda
         que edifica mostrando su cristalina espada.
         Y más allá la tierra se agiganta,
                                                        la tierra
         que visitó tu canto, y el acero
         que defendió tu patria están seguros,
         acrecentados sobre la firmeza
         de Stalin y sus hijos.
                                        Ya se acerca
         la luz a tu morada.
                                           Miguel de España, estrella
        de tierras arrasadas, no te olvido, hijo mío,
        no te olvido, hijo mío!
                                      Pero aprendí la vida
        con tu muerte: mis ojos se velaron apenas,
        y encontré en mí no el llanto,
        sino las armas
        inexorables!
·                  Espéralas! Espérame!


España, Aparta de mí este cáliz (1937)
I
HIMNO A LOS VOLUNTARIOS DE LA REPÚBLICA

Voluntario de España, miliciano
de huesos fidedignos, cuando marcha a morir tu corazón,
cuando marcha a matar con su agonía
mundial, no sé verdaderamente
qué hacer, dónde ponerme; corro, escribo, aplaudo,
lloro, atisbo, destrozo, apagan, digo
a mi pecho que acabe, al que bien, que venga,
y quiero desgraciarme;
descúbrome la frente impersonal hasta tocar
el vaso de la sangre, me detengo,
detienen mi tamaño esas famosas caídas de arquitecto
con las que se honra el animal que me honra;
refluyen mis instintos a sus sogas,
humea ante mi tumba la alegría
y, otra vez, sin saber qué hacer, sin nada, déjame,
desde mi piedra en blanco, déjame,
solo,
cuadrumano, más acá, mucho más lejos,
al no caber entre mis manos tu largo rato extático,
quiebro con tu rapidez de doble filo
mi pequeñez en traje de grandeza!

Un día diurno, claro, atento, fértil
¡oh bienio, el de los lóbregos semestres suplicantes,
por el que iba la pólvora mordiéndose los codos!
¡oh dura pena y más duros pedernales!
!oh frenos los tascados por el pueblo!
Un día prendió el pueblo su fósforo cautivo, oró de cólera
y soberanamente pleno, circular,
cerró su natalicio con manos electivas;
arrastraban candado ya los déspotas
y en el candado, sus bacterias muertas...

¿Batallas? ¡No! Pasiones. Y pasiones precedidas
de dolores con rejas de esperanzas,
de dolores de pueblos con esperanzas de hombres!
¡Muerte y pasión de paz, las populares!

¡Muerte y pasión guerreras entre olivos, entendámonos!
Tal en tu aliento cambian de agujas atmosféricas los vientos
y de llave las tumbas en tu pecho,
tu frontal elevándose a primera potencia de martirio.

El mundo exclama: “¡Cosas de españoles!” Y es verdad.
Consideremos,
durante una balanza, a quemarropa,
a Calderón, dormido sobre la cola de un anfibio muerto
o a Cervantes, diciendo: “Mi reino es de este mundo, pero
también del otro”: ¡punta y filo en dos papeles!
Contemplemos a Goya, de hinojos y rezando ante un espejo,
a Coll, el paladín en cuyo asalto cartesiano
tuvo un sudor de nube el paso llano
o a Quevedo, ese abuelo instantáneo de los dinamiteros
o a Cajal, devorado por su pequeño infinito, o todavía
a Teresa, mujer que muere porque no muere
o a Lina Odena, en pugna en más de un punto con Teresa...
(Todo acto o voz genial viene del pueblo
y va hacia él, de frente o transmitidos
por incesantes briznas, por el humo rosado
de amargas contraseñas sin fortuna)
Así tu criatura, miliciano, así tu exangüe criatura,
agitada por una piedra inmóvil,
se sacrifica, apártase,
decae para arriba y por su llama incombustible sube,
sube hasta los débiles,
distribuyendo españas a los toros,
toros a las palomas...

Proletario que mueres de universo, ¡en qué frenética armonía
acabará tu grandeza, tu miseria, tu vorágine impelente,
tu violencia metódica, tu caos teórico y práctico, tu gana
dantesca, españolísima, de amar, aunque sea a traición,
a tu enemigo!

¡Liberador ceñido de grilletes,
sin cuyo esfuerzo hasta hoy continuaría sin asas la extensión,
vagarían acéfalos los clavos,
antiguo, lento, colorado, el día,
nuestros amados cascos, insepultos!
¡Campesino caído con tu verde follaje por el hombre,
con la inflexión social de tu meñique,
con tu buey que se queda, con tu física,
también con tu palabra atada a un palo
y tu cielo arrendado
y con la arcilla inserta en tu cansancio
y la que estaba en tu uña, caminando!
¡Constructores
agrícolas, civiles y guerreros,
de la activa, hormigueante eternidad: estaba escrito
que vosotros haríais la luz, entornando
con la muerte vuestros ojos;
que, a la caída cruel de vuestras bocas,
vendrá en siete bandejas la abundancia, todo
en el mundo será de oro súbito
y el oro,
fabulosos mendigos de vuestra propia secreción de sangre,
y el oro mismo será entonces de oro!

¡Se amarán todos los hombres
y comerán tomados de las puntas de vuestros pañuelos tristes
y beberán en nombre
de vuestras gargantas infaustas!
Descansarán andando al pie de esta carrera,
sollozarán pensando en vuestras órbitas, venturosos
serán y al son
de vuestro atroz retorno, florecido, innato,
ajustarán mañana sus quehaceres, sus figuras soñadas y cantadas!

¡Unos mismos zapatos irán bien al que asciende
sin vías a su cuerpo
y al que baja hasta la forma de su alma!
¡Entrelazándose hablarán los mudos, los tullidos andarán!
¡Verán, ya de regreso, los ciegos
y palpitando escucharán los sordos!
¡Sabrán los ignorantes, ignorarán los sabios!
¡Serán dados los besos que no pudisteis dar!
¡Sólo la muerte morirá! ¡La hormiga
traerá pedacitos de pan al elefante encadenado
a su brutal delicadeza; volverán
los niños abortados a nacer perfectos, espaciales
y trabajarán todos los hombres,
engendrarán todos los hombres,
comprenderán todos los hombres!

¡Obrero, salvador, redentor nuestro,
perdónanos, hermano, nuestras deudas!
Como dice un tambor al redoblar, en sus adagios:
qué jamás tan efímero, tu espalda!
qué siempre tan cambiante, tu perfil!

¡Voluntario italiano, entre cuyos animales de batalla
un león abisinio va cojeando!
¡Voluntario soviético, marchando a la cabeza de tu pecho universal!
¡Voluntarios del sur, del norte, del oriente
y tú, el occidental, cerrando el canto fúnebre del alba!
¡Soldado conocido, cuyo nombre
desfila en el sonido de un abrazo!
¡Combatiente que la tierra criara, armándote
de polvo,
calzándote de imanes positivos,
vigentes tus creencias personales,
distinto de carácter, íntima tu férula,
el cutis inmediato,
andándote tu idioma por los hombros
y el alma coronada de guijarros!
¡Voluntario fajado de tu zona fría,
templada o tórrida,
héroes a la redonda,
víctima en columna de vencedores:
en España, en Madrid, están llamando
a matar, voluntarios de la vida!

¡Porque en España matan, otros matan
al niño, a su juguete que se para,
a la madre Rosenda esplendorosa,
al viejo Adán que hablaba en alta voz con su caballo
y al perro que dormía en la escalera.
Matan al libro, tiran a sus verbos auxiliares,
a su indefensa página primera!
Matan el caso exacto de la estatua,
al sabio, a su bastón, a su colega,
al barbero de al lado -me cortó posiblemente,
pero buen hombre y, luego, infortunado;
al mendigo que ayer cantaba enfrente,
a la enfermera que hoy pasó llorando,
al sacerdote a cuestas con la altura tenaz de sus rodillas...

¡Voluntarios,
por la vida, por los buenos, matad
a la muerte, matad a los malos!
¡Hacedlo por la libertad de todos,
del explotado, del explotador,
por la paz indolora —a sospecho
cuando duermo al pie de mi frente
y más cuando circulo dando voces—
y hacedlo, voy diciendo,
por el analfabeto a quien escribo,
por el genio descalzo y su cordero,
por los camaradas caídos,
sus cenizas abrazadas al cadáver de un camino!

Para que vosotros,
voluntarios de España y del mundo, vinierais,
soñé que era yo bueno, y era para ver
vuestra sangre, voluntarios...
De esto hace mucho pecho, muchas ansias,
muchos camellos en edad de orar.
Marcha hoy de vuestra parte el bien ardiendo,
os siguen con cariño los reptiles de pestaña inmanente
y, a dos pasos, a uno,
la dirección del agua que corre a ver su límite antes que arda.




II
BATALLAS
Hombre de Extremadura,
oigo bajo tu pie el humo del lobo,
el humo de la especie,
el humo del niño,
el humo solitario de dos trigos,
el humo de Ginebra, el humo de Roma, el humo de Berlín
y el de París y el humo de tu apéndice penoso
y el humo que, al fin, sale del futuro.
¡Oh vida! ¡Oh tierra! ¡Oh España!
¡Onzas de sangre,
metros de sangre, líquidos de sangre,
sangre a caballo, a pie, mural, sin diámetro,
sangre de cuatro en cuatro, sangre de agua
y sangre muerta de la sangre viva!

Extremeño, ioh no ser aún ese hombre
por el que te mató la vida y te parió la muerte
y quedarse tan sólo a verte así, desde este lobo,
cómo sigues arando en nuestros pechos!
iExtremeño, conoces
el secreto en dos voces, popular y táctil,
del cereal: jque nada vale tanto
una gran raíz en trance de otra!
Extremeño acodado, representando el alma en su retiro
acodado a mirar
el caber de una vida en una muerte!

iExtremeño, y no haber tierra que hubiere
el peso de tu arado, ni más mundo
que el color de tu yugo entre dos épocas; no haber
el orden de tus póstumos ganados!
iExtremeño, dejásteme
verte desde este lobo, padecer,
pelear por todos y pelear
para que el inviduo sea un hombre,
para que los señores sean hombres,
para que todo el mundo sea un hombre, y para
que hasta los animales sean hombres,
el caballo, un hombre,
el reptil, un hombre,
el buitre, un hombre honesto,
la mosca, un hombre, y el olivo, un hombre
y hasta el ribazo, un hombre
y el mismo cielo, todo un hombrecito!

Luego, retrocediendo desde Talavera,
en grupos de uno a uno, armados de hambre, en masas de a uno,
armados de pecho hasta la frente,
sin aviones, sin guerra, sin rencor,
el perder a la espalda,
y el ganar
más abajo del plomo, heridos mortalmente de honor,
locos de polvo, el brazo a pie,
amando por las malas,
ganando en español toda la tierra,
retroceder aún, y no saber
dónde poner su España,
dónde ocultar su beso de orbe,
dónde plantar su olivo de bolsillo!

Mas desde aquí, más tarde,
desde el punto de vista de esta tierra,
desde el duelo al que fluye el bien satánico,
se ve la gran batalla de Guernica.
Lid a priori, fuera de la cuenta,
lid en paz, lid de las almas débiles
contra los cuerpos débiles, lid en que el niño pega,
sin que le diga nadie que pegara,
bajo su atroz diptongo
y bajo su habilísimo pañal,
y en que la madre pega con su grito, con el dorso de una lágrima
y en el que el enfermo pega con su mal, con su pastilla y su hijo
y en que el anciano pega
con sus canas, sus siglos y su palo
y en que pega el presbítero con dios!
Tácitos defensores de Guemica!
ioh débiles!
ioh suaves ofendidos
que os eleváis, crecéis,
y llenáis de poderosos débiles el mundo!

En Madrid, en Bilbao, en Santander,
los cementerios fueron bombardeados,
y los muertos inmortales,
de vigilantes huesos y hombro eterno, de las tumbas,
los muertos inmortales, de sentir, de ver, de oír
tan bajo el mal, tan muertos a los viles agresores,
reanudaron entonces sus penas inconclusas,
acabaron de llorar, acabaron
de sufrir, acabaron de vivir,
acabaron, en fin, de ser mortales!

¡Y la pólvora fue, de pronto, nada,
cruzándose los signos y los sellos,
ya la explosión salióle al paso un paso,
y al vuelo a cuatro patas, otro paso
y al cielo apocalíptico, otro paso
y a los siete metales, la unidad,
sencilla. justa, colectiva, eterna.

Málaga sin padre ni madre
ni piedrecilla, ni horno, ni perro blanco!
Málaga sin defensa, donde nació mi muerte dando pasos
y murió de pasión mi nacimiento!
Málaga caminando tras de tus pies, en éxodo,
bajo el mal, bajo la cobardía, bajo la historia cóncava, indecible,
con la yema en tu mano: tierra orgánica!
y la clara en la punta del cabello: todo el caos!
iMálaga huyendo
de padre a padre, familiar, de tu hijo a tu hijo,
a lo largo del mar que huye del mar,
a través del metal que huye del plomo,
a ras del suelo que huye de la tierra
y a las órdenes iay!
de la profundidad que te quería!
iMálaga a golpes, a fatídico coágulo, a bandidos, a infiernazos
a cielazos,
andando sobre duro vino, en multitud,
sobre la espuma lila, de uno en uno,
sobre huracán estático y más lila,
y al compás de las cuatro órbitas que aman
y de las dos costillas que se matan!
iMálaga de mi sangre diminuta
y mi coloración a gran distancia,
la vida sigue con tambor a tus honores alazanes,
con cohetes, a tus niños eternos
y con silencio a tu último tambor,
con nada, a tu alma,
y con más nada, a tu esternón genial!
iMálaga, no te vayas con tu nombre!
iQue si te vas,
te vas
toda, hacia ti, infinitamente en son total,
concorde con tu tamaño fijo en que me aloco,
con tu suela feraz y su agujero
y tu navaja antigua,atada a tu hoz enferma
y tu madero atado a un martillo!
iMálaga literal y malagüeña,
huyendo a Egipto, puesto que estás clavada,
alargando en sufrimiento idéntico tu danza,
resolviéndose en ti el volumen de la esfera,
perdiendo tu botijo, tus cánticos, huyendo
con tu España exterior y tu orbe innato!
¡Málaga por derecho propio
y en el jardín biológico, más Málaga!
¡Málaga, en virtud
del camino. en atención al lobo que te sigue
y en razón del lobezno que te espera!
¡Málaga. que estoy llorando!
¡Málaga. que lloro y lloro!



III
Solía escribir con su dedo grande en el aire...
Solía escribir con su dedo grande en el aire:
«¡Viban los compañeros! Pedro Rojas»,
de Miranda de Ebro, padre y hombre,
marido y hombre, ferroviario y hombre,
padre y más hombre. Pedro y sus dos muertes.

Papel de viento, lo han matado: ¡pasa!
Pluma de carne, lo han matado: ¡pasa!
¡Abisa a todos compañeros pronto!

Palo en el que han colgado su madero,
lo han matado;
¡lo han matado al pie de su dedo grande!
¡Han matado, a la vez, a Pedro, a Rojas!

¡Viban los compañeros
a la cabecera de su aire escrito!
¡Viban con esta b del buitre en las entrañas
de Pedro
y de Rojas, del héroe y del mártir!
Registrándole, muerto, sorprendiéronle
en su cuerpo un gran cuerpo, para
el alma del mundo,
y en la chaqueta una cuchara muerta.

Pedro también solía comer
entre las criaturas de su carne, asear, pintar
la mesa y vivir dulcemente
en representación de todo el mundo.
Y esta cuchara anduvo en su chaqueta,
despierto o bien cuando dormía, siempre,
cuchara muerta viva, ella y sus símbolos.
¡Abisa a todos compañeros pronto!
¡Viban los compañeros al pie de esta cuchara para siempre!

Lo han matado, obligándole a morir
a Pedro, a Rojas, al obrero, al hombre, a aquel
que nació muy niñín, mirando al cielo,
y que luego creció, se puso rojo
y luchó con sus células, sus nos, sus todavías, sus hambres, sus pedazos.

Lo han matado suavemente
entre el cabello de su mujer, la Juana Vázquez,
a la hora del fuego, al año del balazo
y cuando andaba cerca ya de todo.

Pedro Rojas, así, después de muerto
se levantó, besó su catafalco ensangrentado,
lloró por España
y volvió a escribir con el dedo en el aire:
«¡Viban los compañeros! Pedro Rojas».

Su cadáver estaba lleno de mundo.



IV
Los MENDIGOS pelean por España...
Los mendigos pelean por España,
mendigando en París, en Roma, en Praga
y refrendando así, con mano gótica, rogante,
los pies de los Apóstoles, en Londres, en New York, en Méjico.
Los pordioseros luchan suplicando infernalmente
a Dios Por Santander,
la lid en que ya nadie es derrotado.
Al sufrimiento antiguo
danse, encarnízanse en llorar plomo social
al pie del individuo,
y atacan a gemidos, los mendigos,
matando con tan solo ser mendigos.

Ruegos de infantería,
en que el arma ruega del metal para arriba,
y ruega la ira, más acá de la pólvora iracunda.
Tácitos escuadrones que disparan,
con cadencia mortal, su mansedumbre,
desde un umbral, desde sí mismos, ¡ay! desde sí mismos.
Potenciales guerreros
sin calcetines al calzar el trueno,
satánicos, numéricos,
arrastrando sus títulos de fuerza,
migaja al cinto,
fusil doble calibre: sangre y sangre.
¡E1 poeta saluda al sufrimiento armado!
V
IMAGEN ESPAÑOLA DE LA MUERTE
¡Ahí pasa! ¡Llamadla! ¡Es su costado!
¡Ahí pasa la muerte por Irún:
sus pasos de acordeón, su palabrota,
su metro del tejido que te dije,
su gramo de aquel peso que he callado ¡si son ellos!

¡Llamadla! Daos prisa! Va buscándome en los rifles,
como que sabe bien dónde la venzo,
cuál es mi maña grande, mis leyes especiosas, mis códigos terribles.
¡Llamadla! Ella camina exactamente como un hombre, entre las fieras,
se apoya de aquel brazo que se enlaza a nuestros pies
cuando dormimos en los parapetos
y se para a las puertas elásticas del sueño.

¡Gritó! ¡Gritó! ¡Gritó su grito nato, sensorial!
Gritara de vergüenza, de ver cómo ha caído entre las plantas,
de ver cómo se aleja de las bestias,
de oír cómo decimos: ¡Es la muerte!
¡De herir nuestros más grandes intereses!

(Porque elabora su hígado la gota que te dije, camarada;
porque se come el alma del vecino)

¡Llamadla! Hay que seguirla
hasta el pie de los tanques enemigos,
que la muerte es un ser sido a la fuerza,
cuyo principio y fin llevo grabados
a la cabeza de mis ilusiones,
por mucho que ella corra el peligro corriente
que tú sabes y que haga como que hace que me ignora.

¡Llamadla! No es un ser, muerte violenta,
sino, apenas, lacónico suceso;
más bien su modo tira, cuando ataca,
tira a tumulto simple, sin órbitas ni cánticos de dicha;
más bien tira su tiempo audaz, a céntimo impreciso
y sus sordos quilates, a déspotas aplausos.
Llamadla, que en llamándola con saña, con figuras,
se la ayuda a arrastrar sus tres rodillas,
como, a veces,
a veces duelen, punzan fracciones enigmáticas, globales,
como, a veces, me palpo y no me siento.

¡Llamadla! ¡Daos prisa! Va buscándome,
con su cognac, su pómulo moral,
sus pasos de acordeón, su palabrota.
¡Llamadla! No hay que perderle el hilo en que la lloro.
De su olor para arriba, ¡ay de mi polvo, camarada!
De su pus para arriba, ¡ay de mi férula, teniente!
De su imán para abajo, ¡ay de mi tumba!
VI
CORTEJO TRAS LA TOMA DE BILBAO
Herido y muerto, hermano,
criatura veraz, republicana, están andando en su trono,
desde que tu espinazo cayó famosamente;
están andando, pálido, en tu edad flaca y anual,
laboriosamente absorta ante los vientos.

Guerrero en ambos dolores,
siéntate a oír, acuéstate al pie del palo súbito,
inmediato de tu trono;
voltea;
están las nuevas sábanas, extrañas;
están andando, hermano, están andando.

Han dicho “¡Como! ¡Dónde!…”, expresándose
en trozos de paloma,
y en los niños suben sin llorar a tu polvo.
Ernesto Zúñiga, duerme con la mano puesta,
con el concepto puesto,
en descanso tu paz, en paz tu guerra.

Herido mortalmente de vida, camarada,
camarada jinete,
camarada caballo entre hombre y tierra,
tus huesecillos de alto y melancólico dibujo
forman pompa española,
laureada de finísimos andrajos.

Siéntate, pues, Ernesto,
oye que están andando, aquí, en tu trono,
desde que tu tobillo tiene canas.
¿Qué trono?
¡Tu zapato derecho! ¡Tu zapato!

(13 septiembre 1937).


VII
Varios días el aire, compañeros...
Varios días el aire, compañeros,
muchos días el viento cambia de aire,
el terreno, de filo,
de nivel el fusil republicano.
Varios días España está española.

Varios días el mal
moviliza sus órbitas, se abstiene,
paraliza sus ojos escuchándolos.
Varios días orando con sudor desnudo,
los milícianos cuélganse del hombre.
Varios días, el mundo, camarada,
el mundo está español hasta la muerte.

Varios días ha muerto aquí el disparo
y ha muerto el cuerpo en su papel de espíritu
y el alma es ya nuestra alma, compañeros.
Varios días el cielo,
éste, el del día, el de la pata enorme.

Varios días, Gijón;
muchos días, Gijón;
mucho tiempo, Gijón;
mucha tierra, Gijón;
mucho hombre, Gijón;
y mucho dios, Gijón,
muchísimas Españas ¡ay! Gijón.

Camaradas,
varios días el viento cambia de aire.
VIII
Aquí, Ramón Collar...
Aquí,
Ramón Collar,
prosigue tu familia soga a soga,
se sucede,
en tanto que visitas, tú, allá, a las siete espadas, en Madrid,
en el frente de Madrid.

¡Ramón Collar, yuntero
y soldado hasta yerno de tu suegro,
marido, hijo limítrofe del viejo Hijo del Hombre!
Ramón de pena, tú, Collar valiente,
paladín de Madrid y por cojones; Ramonete,
aquí,
los tuyos piensan mucho en tu peinado!

¡Ansiosos, ágiles de llorar, cuando la lágrima!
¡Y cuando los tambores, andan; hablan
delante de tu buey, cuando la tierra!

¡Ramón! ¡Collar! ¡A ti! ¡Si eres herido,
no seas malo en sucumbir: ¡refrénate!
Aquí,
tu cruel capacidad está en cajitas;
aquí,
tu pantalón oscuro, andando el tiempo,
sabe ya andar solísimo, acabarse;
aquí,
Ramón, tu suegro, el viejo,
te pierde a cada encuentro con su hija!

¡Te diré que han comido aquí tu carne,
sin saberlo,
tu pecho, sin saberlo,
tu pie;
pero cavilan todos en tus pasos coronados de polvo!

¡Han rezado a Dios,
aquí;
se han sentado en tu cama, hablando a voces
entre tu soledad y tus cositas;
no sé quién ha tomado tu arado, no sé quién
fue a ti, ni quién volvió de tu caballo!

¡Aquí, Ramón Collar, en fin, tu amigo!
¡Salud!, hombre de Dios, mata y escribe.

(10 septiembre 1937)










IX
PEQUEÑO RESPONSO A UN HÉROE DE LA REPÚBLICA
Un libro quedó al borde de su cintura muerta,
un libro retoñaba de su cadáver muerto.
Se llevaron al héroe,
y corpórea y aciaga entró su boca en nuestro aliento;
sudamos todos, el hombligo a cuestas;
caminantes las lunas nos seguían;
también sudaba de tristeza el muerto.

Y un libro, en la batalla de Toledo,
un libro, atrás un libro, arriba un libro, retoñaba del cadáver.
Poesía del pómulo morado, entre el decirlo
y el callarlo,
poesía en la carta moral que acompañara
a su corazón.
Quedóse el libro y nada más, que no hay
insectos en la tumba,
y quedó al borde (le su manga, el aire remojándose
y haciéndose gaseoso, infinito.

Todos sudamos, el ombligo a cuestas,
también sudaba de tristeza el muerto
y un libro, yo lo vi sentidamente,
un libro, atrás un libro, arriba un libro
retoño del cadáver ex abrupto.











X
INVIERNO EN LA BATALLA DE TERUEL
¡Cae agua de revólveres lavados!
Precisamente,
es la gracia metálica del agua,
en la tarde nocturna en Aragón,
no obstante las construídas yerbas,
las legumbres ardientes, las plantas industriales.

Precisamente,
es la rama serena de la química,
la rama de explosivos en un pelo,
la rama de automóviles en frecuencia y adioses.

Así responde el hombre, así, a la muerte,
así mira de frente y escucha de costado,
así el agua, al contrario de la sangre, es de agua,
así el fuego, al revés de la ceniza, alisa sus rumiantes ateridos.

¿Quién va, bajo la nieve? ¿Están matando? No.
Precisamente,
va la vida coleando, con su segunda soga.

¡Y horrísima es la guerra, solivianta,
lo pone a uno largo, ojoso;
da tumba la guerra, da caer,
da dar un salto extraño de antropoide!
Tú lo hueles, compañero, perfectamente,
al pisar,
por distracción tu brazo entre cadáveres;
tú lo ves, pues tocaste tus testículos poniéndote rojísimo;
tú lo oyes en tu boca de soldado natural.

Vamos, pues, compañero;
nos espera tu sombra apercibida,
nos espera tu sombra acuartelada,
mediodía capitán, noche soldado raso...
Por eso, al referirme a esta agonía,
aléjome de mí gritando fuerte:
¡Abajo mi cadáver!... Y sollozo.



XI
Miré el cadáver...
Miré el cadáver, su raudo orden visible
y el desorden lentísimo de su alma;
le vi sobrevivir; hubo en su boca
la edad entrecortada de dos bocas.
Le gritaron su número: pedazos.
Le gritaron su amor: ¡más le valiera!
Le gritaron su bala: ¡también muerta!"

Y su orden digestivo sosteníase
y el desorden de su alma, atrás, en balde.
Le dejaron y oyeron, y es entonces
que el cadáver
casi vivió en secreto, en un instante;
mas le auscultaron mentalmente, ¡y fechas!
lloránrole al oído, ¡y también fechas!

(3 septiembre 1937)






X
MASA
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:
«No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vió el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…
10 de noviembre de 1937
¡Cuídate, España, de tu propia España!
¡Cuídate, España, de tu propia España!
¡Cuídate de la hoz sin el martillo,
cuídate del martillo sin la hoz!
¡Cuídate de la víctima a pesar suyo,
del verdugo a pesar suyo
y del indiferente a pesar suyo!
¡Cuídate del que, antes de que cante el gallo,
negárate tres veces,
y del que te negó, después, tres veces!
¡Cuídate de las calaveras sin las tibias,
y de las tibias sin las calaberas!
¡Cuídate de los nuevos poderosos!
¡Cuídate del que come tus cadáveres,
del que devora muertos a tus vivos!
¡Cuídate del leal ciento por ciento!
¡Cuídate del cielo más acá del aire
y cuídate del aire más allá del cielo!
¡Cuídate de los que te aman!
¡Cuídate de tus héroes!
¡Cuídate de tus muertos!
¡Cuídate de la República!
¡Cuídate del futuro!




España, aparta de mi este cáliz

Niños del mundo,
si cae España -digo, es un decir-
si cae
del cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡qué temprano en el sol lo que os decía!
¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!
¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!

¡Niños del mundo, está
la madre España con su vientre a cuestas;
está nuestra maestra con sus férulas,
está madre y maestra,
cruz y madera, porque os dio la altura,
vértigo y división y suma, niños;
está con ella, padres procesales!

Si cae -digo, es un decir- si cae
España, de la tierra para abajo,
niños, ¡cómo vais a cesar de crecer!
¡cómo va a castigar el año al mes!
¡cómo van a quedarse en diez los dientes,
en palote el diptóngo, la medalla en llanto!
¡Cómo va el corderillo a continuar
atado por la pata al gran tintero!
¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto
hasta la letra en que nació la pena!

Niños,
hijos de los guerreros, entretanto,
bajad la voz, que España está ahora mismo repartiendo
la energía entre el reino animal,
las florecillas, los cometas y los hombres.
¡Bajad la voz, que está
con su rigor, que es grande, sin saber
qué hacer, y está en su mano
la calavera hablando y habla y habla,
la calavera, aquella de la trenza,
la calavera, aquella de la vida!

¡Bajad la voz, os digo;
bajad la voz, el canto de las sílabas, el llando
de la materia y el rumor menor de las pirámides, y aun
el de las sienes que andan con dos piedras!
¡Bajad el aliento, y si
el antebrazo baja,
si las férulas suenan, si es la noche,
si el cielo cabe en dos limbos terrestres,
si hay ruido en el sonido de las puertas,
si tardo,
si no veis a nadie, si os asustan
los lápices sin punta; si la madre
España cae -digo, es un decir-
salid, niños del mundo; id a buscarla!

HUIDOBRO EN ESPAÑA
por Andrés Morales
Universidad de Chile

La importancia de las visitas del poeta chileno Vicente Huidobro a España han sido fuente constante de polémica entre sus defensores y detractores (1) quienes aumentan o disminuyen el peso específico de su alcance sobre los autores del momento. De lo que no cabe ninguna duda es que su paso por Madrid fue decisivo para la necesaria renovación de la poesía que, por ese entonces se escribía en la península ibérica. Aunque quizás su primer viaje de 1918, con la difusión de libros como El espejo de agua y Horizon Carré o la divulgación de sus ideas creacionistas que darían como fruto el nacimiento del ultraísmo, haya sido más decisivo que el segundo de 1919 (con la temprana noticia a Cansinos de su poema Altazor), el polémico tercero de 1920, el cuarto de 1921, el quinto de 1931 (en el que publicará Altazor y Temblor de Cielo), el sexto - marcado por la guerra civil - de 1936, o el séptimo de 1937 (año del famoso Congreso de Escritores Antifascistas) todos revisten una importancia que ningún crítico puede desestimar. Lo que hoy aparece como indispensable es dimensionar con la mayor equidad posible la trascendencia que estas visitas significaron para la literatura española de esos días y, también, para la propia escritura del autor chileno. Esta necesaria revisión debe entregar las claves para un mejor conocimiento de la poesía vanguardista peninsular y también para entender los inicios y vínculos con una parte importante de la literatura hispanoamericana de vanguardias.
El primer viaje: 1918
Aunque ya se podían constatar algunos cambios y un interés por las nuevas técnicas escriturales que se practicaban en Francia e Italia (2), dentro de la poesía española de la época, pocos son los ejemplos auténticamente vanguardistas que pueden citarse con propiedad. En el año 1918 la poesía escrita en la península (salvo contadas excepciones) aún adolecía de un fuerte influjo del Modernismo e incluso de los últimos ecos del Romanticismo tardío. Poco o nada hacía prever que se pudiesen registrar cambios radicales en los procedimientos y en los temas (ya casi anquilosados) de los poetas españoles. Si bien las tertulias cumplían un importante papel como espacios de difusión de las noticias que algunos viajeros traían desde el otro lado de los Pirineos, la mayoría de los escritores no se atrevía - por desconocimiento o timidez - a ensayar aquellas técnicas y, más que eso, a poner en práctica esa autentica revolución estilística que constituía laavant garde.
La llegada a Madrid de Vicente Huidobro en ese año debe ser considerada con toda justicia y propiedad como el punto de arranque para que esos jóvenes poetas contertulios de Cansinos Asséns abriesen sus mentes a las nuevas corrientes literarias que desde hacía tiempo ya habían hecho su aparición en el resto del continente europeo (3). Ningún argumento más válido para sostener esta afirmación que las propias palabras de Rafael Cansinos Assens, quien da testimonio de la importancia de este hecho llegando a considerar la visita del poeta chileno a su tertulia del Café "Colonial" como uno de los acontecimientos más importantes de 1918:
"(…) el acontecimiento supremo del año literario que
ahora acaba, lo constituye el tránsito por esta corte
del joven poeta chileno Vicente Huidobro, que a me-
diados de estío llegó a nosotros, de regreso de París
donde pudo ver las grandes cosas de la guerra y al-
canzar las últimas evoluciones literarias. Pocas líneas
en nuestra prensa señalaron la estancia del original
cantor, que retraído y desdeñoso, sólo se comunicó con
unos pocos para anunciarles sus primicias nuevas. Y,
sin embargo, su venida a Madrid fue el único aconte-
cimiento literario del año, porque con él pasaron por
nuestro meridiano las últimas tendencias estéticas del
extranjero; y él mismo asumía la representación de una
de ellas, no la menos interesante, el creacionismo, cuya
paternidad compartió allá en París con otro singular
poeta, Pedro Reverdy, el autor de Les ardoises du toit,
y cuyo evangelio práctico recogió en un libro, Horizon
carré
 (París, 1917).
(…) Huidobro nos traía primicias completamente nue-
vas, nombres nuevos, obras nuevas; un ultramodernis-
mo.
(…) De estos coloquios familiares, una virtud de reno-
vación trascendió a nuestra lírica; y un día, quizá no le-
jano muchos matices nuevos de libros futuros habrán de
referirse a las exhortaciones apostólicas de Huidobro,
que trajo el verbo nuevo. Porque su estancia aquí, de
julio a noviembre, en que tornó a su patria chilena, los
poetas más jóvenes le rodearon y de él aprendieron
otros números musicales y otros modos de percibir la
belleza (…) (4) 
De igual forma, Cansinos adelanta las ideas expuestas en un artículo publicado en la revista "Cosmópolis" el año 1919 (antecedente del capítulo dedicado a la estancia del chileno en Madrid que luego ampliaría en su libro La nueva literatura publicado en 1925). Es interesante comprobar el simil que establece el escritor español con las visitas realizadas por Rubén Darío:

(…) De igual modo, el paso de Huidobro por
entre nuestros jóvenes ha sido una lección de
modernidad y un acicate para trasponer las
puertas que nunca deben cerrarse. Porque
si Rubén vino a acabar con el romanticismo,
Huidobro ha venido a descubrir la senectud
del ciclo novecentista y de sus arquetipos, en
cuya imitación se adiestran hoy, por desgra-
cia, los jóvenes, semejantes a los alumnos
de dibujo que se ejercitan copiando manos
y pies de estatuas clásicas (…)" (5)

Este decisivo testimonio de Cansinos permite situar con precisión los alcances de esta primera visita que, sin restar ningún mérito a Huidobro, restringe el ámbito de su influencia a los miembros de la tertulia del Café "Colonial" y, tal vez, a unos pocos más interesados. Pero he aquí el punto más interesante, pues es posible constatar un fenómeno de transmisión literaria curioso pero no por eso menos influyente y decisivo. La importancia de la llegada de Huidobro al Madrid de 1918 está determinada por la forma en cómo se conocieron sus textos: lecturas públicas ante los jóvenes poetas de la tertulia de Cansinos, charlas sobre las distintas vanguardias, sobre el propio creacionismo y difusión de algunos escasos ejemplares de Horizón carré entre los mismos asistentes. Desde estos ejemplares empezarían a copiar los poemas otros jóvenes autores extendiendo el conocimiento de los textos del chileno y, fundamentalmente, de los procedimientos que allí se aplican como autentica novedad para los españoles(6). Los jovencísimos Xavier Bóveda (1898 -1950?), Rogelio Buendía (1891 - 1969), José de Ciria y Escalante (1903 - 1924), César A. Comet (1890 - ?), Pedro Garfias (1901 - 1967), Rafael Lasso de la Vega, Marqués de Villanova (1890 - 1959), Eugenio Montes (1897 - 1982), Eliodoro Puche (1885 - 1964), Pedro Raida (1890? - ?), José Rivas Panedas (1890 - ?) Guillermo De Torre (1900 - 1971), Adriano Del Valle (1895 - 1958), Isaac Del Vando Villar (1890 - 1963), Francisco Vighi (1890 - 1961) y otros serían los difusores que ampliaron la órbita de influencia del poeta chileno. El nacimiento del ultraísmo empieza justamente a partir de la palabra "ultramodernismo" utilizada por Cansinos a propósito de la escritura que dio a conocer Huidobro y en el momento en que los poetas españoles comienzan, al igual que amanuenses medievales, a copiar y a distribuir entre otros interesados los poemas deHorizón Carré y, es de suponer, de la plaquette El espejo de agua.
La correspondencia que el poeta chileno iniciará con los futuros miembros del ultraísmo español (con diversos consejos y el envío de ejemplares de sus libros) será el otro vehículo de transmisión de las ideas que irán plasmando hasta la formación "oficial" de esta singular vanguardia (otoño de 1918) con la publicación en periódicos madrileños (y más tarde, en 1919, en la revista "Cosmópolis") del primer manifiesto ultraísta: "Ultra".
Casi desde sus orígenes se iniciará la polémica que va a existir permanentemente entre Vicente Huidobro y aquellos nuevos poetas del ultraísmo. Como si se tratara de un rápido parricidio, muy tempranamente los diversos autores de ultra (de un "peso específico" bastante dudoso)(7)se encargarán de señalar la distancia que media entre ellos y el poeta chileno, rechazando la idea de seguir ciegamente los dictados del creacionismo. Como era de esperar, la respuesta de Huidobro no tardará demasiado aclarando con mucha precisión el escaso valor literario de los textos producidos por los poetas ultraístas y la casi nula concepción vanguardista que estos poseen (8).
Paralelamente, se inician los primeros contactos epistolares entre Huidobro y el futuro miembro del grupo poético de 1927, Gerardo Diego. Esta relación, sin duda una de las más importantes de las que sostuviera el poeta chileno con escritores peninsulares, continuará hasta la muerte del chileno en 1948. Diego es uno de los poetas que justamente conocerá la obra del chileno a través de las copias realizadas por los asistentes a la tertulia de Cansinos, relatando así esta experiencia:

"(…) Yo comencé a conocer la poesía de Huidobro en
enero de 1919 - antes sólo algún fragmento aislado y re-
ferencias críticas de Cansinos - y en seguida tenía ya co-
piados sus últimos libros, que me prestó Eugenio Montes,
fervoroso huidobrista de aquella hora. A Vicente después
de cruzarnos algunas cartas (claro está que yo fui el pri-
mero en escribirle para manifestarle mi entusiasmo), le
conocí personalmente en Madrid en el invierno de 1920-
1921 (…)"(9)

Este interesante vínculo hará de la poesía de Diego una de las más singulares de todo el inmenso corpus del grupo poético del 27, ya que este poeta santanderino combinará una escritura de corte clásico con otra de corte vanguardista, alternándola con gran soltura y sin manifestar mayores contradicciones en esta práctica tan especial. El fervor creacionista de Gerardo Diego se manifestará hasta sus últimos libros (10) donde continúa el ejercicio de su "poesía de creación" -como él mismo la llama en clara referencia a una programada adhesión a las enseñanzas de Vicente Huidobro- transformándose así en el único continuador en toda la lengua castellana (con ciertas particularidades propias, claro está) de la vanguardia huidobreana. Los aportes de Diego al creacionismo son múltiples y amplían el horizonte inaugurado por el poeta chileno: un constante diálogo con la tradición hispánica ( Garcilaso, Góngora, etc.), el uso de la rima consonante, el verso medido, la incorporación de un espíritu lírico aún más lúdico y humorístico que el huidobreano (en el sentido de la profunda exploración que Diego realiza en el campo del humor y de las posibilidades de ironizar frente a la poesía decimonónica, por ejemplo) sumado al intento por realizar una síntesis entre la tradición y la vanguardia (Fábula de Equis y Zeda), a la par de recorrer paralelamente ambas formas de entender la poesía, hacen que la obra de Diego deba ser valorada no como la de un seguidor, sino como un esfuerzo por ensanchar más aún las fronteras del creacionismo.
El caso de Juan Larrea reviste también características únicas. A instancias del propio Gerardo Diego, Larrea conoce la obra del poeta chileno y queda tan impresionado por la misma, que no sólo va a cambiar sus concepciones estéticas sino su forma de entender al mundo desde una perspectiva diferente. David Bary (11) relata con mucha propiedad este cambio existencial y literario:
"(…) En 1919 Larrea tuvo su primer encuentro con
la poesía de Huidobro, gracias a la intervención de
Gerardo Diego. El efecto fue fulminante. El conoci-
miento de un par de los Poemas árticos le reveló al
joven bilbaíno la posibilidad de la liberación no sólo
literaria sino cultural y personal. Empezó de golpe a
escribir de una manera nueva y a entrever la esperan-
za de vivir de un modo hasta entonces insospechado,
libre de las trabas de una cultura rezagada e inflexible
(…).(12)
El único libro de Larrea, Versión Celeste (1970) será tributario, en su primera parte, de la estética creacionista. Igualmente, el poema de mayor extensión que Larrea escribiera, "Cosmopolitano" (publicado en "Cervantes" en noviembre de 1919) y que, sin lugar a dudas, hay que filiar con Ecuatorial13, no sólo por compartir el tema del viaje como eje central, sino por el tono general del poema, considerando su extraordinaria importancia en la poesía española de ese entonces por su temprana aparición y los recursos creacionistas aplicados con una segura propiedad que lo distingue de todos los otros experimentos peninsulares. La admiración del poeta bilbaíno por Huidobro no cesará jamás, aunque su escritura derive, sin duda, hacia la órbita surrealista. De hecho, junto con difundir al gran poeta peruano César Vallejo en su famosa revista "Aula Vallejo", Larrea defenderá siempre la trayectoria poética de su amigo chileno(13) .
Un último hecho vendrá a subrayar la trascendencia del primer viaje de Huidobro a la capital de España: la edición de cuatro libros importantes dentro de su producción literaria, Poemas árticos, Ecuatorial, Tour Eiffel y Hallalí, todos publicados durante 1918(14) y de los cuales la crítica de la época no dice prácticamente nada. Sin duda los escasos tirajes y las dificultades en la distribución de libros considerados como extraños y demasiado temerarios incidió notablemente para que los periódicos y revistas de ese entonces mantuvieran un imperdonable silencio. A esto debe agregarse que, salvo figuras excepcionales, la mayoría de los críticos y escritores españoles no dominaban la lengua francesa (tres de estos libros fueron publicados en ese idioma y sin traducción al castellano) lo que complicaba aún más su recepción.
Como reflexión final a esta primera visita, es necesario destacar el hecho que el paso de Huidobro por Madrid (a pesar de los múltiples comentarios de Guillermo De Torre y otros detractores) no puede dejar de señalarse como el momento inaugural de la vanguardia española; vanguardia que no sólo debe ser restringida al ámbito del ultraísmo, sino también al propio creacionismo que tocará directamente a dos miembros del 27, Diego y Larrea, consolidando a la vanguardia como una nueva forma de escritura, pero, por sobre todo, en el caso de los poetas creacionistas españoles, dotándola de autores de calidad, asunto que en el ámbito del heterogéneo ultraísmo (y a juicio del propio Huidobro) se encontraba prácticamente ausente.

Los viajes de 1919, 1920 y 1921
Tal como se señaló anteriormente, los viajes inmediatamente posteriores a 1918 no revestirán la misma importancia que el primero.
En 1919, de camino a Chile, Huidobro pasa por la capital española y nuevamente acogido por la hospitalidad de Rafael Cansinos Asséns enseña a los contertulios del Café "Colonial" los primeros esbozos de escritura de Altazor, poema que en ese entonces escribía en francés y con el título de Voyage en parachute. También por esos días, Cansinos traducirá para una de las revistas ultraístas más importantes, "Cervantes", Tour Eiffel, y Hallalí, libros que habían aparecido el año anterior en la capital española sólo en versión francesa (15) .
1920 será el año en que se desate la seguidilla de oscuras polémicas y también el de su progresivo alejamiento de los jóvenes ultraístas. Si bien Huidobro colabora con diversas revistas del movimiento español ("Grecia", "Ultra", "Cervantes" y "Tableros") será una entrevista concedida por Pierre Reverdy a Enrique Gómez Carrillo para "El Liberal" de Madrid -donde Reverdy se atribuye la paternidad del creacionismo y acusa al chileno de antedatar la plaquette El espejo de agua (Buenos Aires, 1916)- la que gatille toda clase de discursos a favor y en contra del chileno(16) . Guillermo de Torre abogará primero a favor del poeta y luego tomará el bando opuesto para entonces dejar muy en claro su posición en su polémico libro Historia de las literaturas de vanguardia;(17) en todo caso, esta "guerrilla literaria" no aportará más que confusión y animadversiones que poco o nada tienen que ver con la real dimensión de la obra huidobreana. Lo que sí es conveniente aclarar, es que desde el año 1919 los ultraístas habían manifestado su interés por separarse de los lineamientos creacionistas, como queda explicitado en un texto de José Rivas Panedas publicado en la revista "Cervantes" y titulado Protesto en nombre de Ultra (18):

"(…) el creacionismo, es algo bien concreto, al menos
una cosa muy concreta al lado de nuestro Ultra, que no
nos cansaremos de repetir, que no es un dogma ni un
modo. El creacionismo sí (…)"(19)
Lo que evidencia justamente una de las críticas más certeras de Vicente Huidobro a la vanguardia peninsular: su falta de carácter, de homogeneidad, su carencia de una idea central, de un eje que de alguna manera particularice y distinga la apuesta del ultraísmo de las otras corrientes de la época. Un problema que apunta a esa facultad receptora de ultra a todas las innovaciones al uso (futurismo, dadaísmo, expresionismo, creacionismo), pero que no logra decantar en la opción concreta ni menos en la práctica poética (20).
El año 1921 está marcado por la aparición en Madrid del primer número de la revista "Creación, Revista Internacional de Arte" (fundada y dirigida por Huidobro, que vio la luz en abril) y cuyo contenido incluía poemas y artículos en diversos idiomas, partituras musicales e ilustraciones de Braque, Gris y Picasso entre otros (21). Poco o nada ha quedado registrado de la resonancia de esta publicación, aunque es necesario consignar que tanto Larrea como Diego la citan como otro de los instrumentos que allanaron el camino a la introducción de las ideas vanguardistas. Cabe destacar que éste es el año en que Huidobro conoce personalmente a Gerardo Diego y Juan Larrea, iniciando la ya mencionada amistad que se mantendrá inalterable aún en los momentos más álgidos de las diversas polémicas.
En última instancia hay que señalar otro hecho importante acontecido en ese viaje: se trata de la conferencia pronunciada en diciembre por Huidobro en el Ateneo de Madrid -presentado por el poeta Mauricio Bacarisse- y cuyo título (como acreditan los recortes de prensa del propio autor (22) "Estética Moderna" intenta reafirmar la importancia del creacionismo en el contexto de las literaturas de vanguardia. El interés y vigencia del texto será tal, que Huidobro lo publicará en 1931 como prólogo a uno de sus libros más significativos, Temblor de cielo.
Un fracaso inexplicable: el viaje de 1931
En los meses de enero y febrero de 1931 Huidobro reside una vez más en la capital de España (23). Asiste a recitales poéticos (entre los que cabe destacar "Poeta en Nueva York" realizado por Federico García Lorca), proyecta publicar nuevas revistas, polemiza con Luis Buñuel, se aleja de los escritores del grupo del 27 y publica dos de sus libros más importantes: Altazor y Temblor de Cielo (24) en dos casas editoriales de gran prestigio en el ámbito literario español. Estos libros, tal vez los más destacados de toda la producción huidobreana, no merecen mayor atención de la crítica. Como ya ha sido usual en la prensa madrileña, las reseñas sobre la obra del chileno destacan por su ausencia. Hecho singular, inexplicable (o solo explicable por las múltiples enemistades granjeadas por el poeta en sus anteriores visitas) que se asemeja a otros silencios y cegueras sufridos por escritores importantes. No es este el espacio indicado para realizar una valoración de textos tan determinantes en el panorama de la literatura escrita en lengua castellana, pero llama la atención profundamente que del poeta sólo se recojan una entrevista realizada por César González-Ruano en "El Heraldo de Madrid" (25) (cuando aún no aparecían los libros mencionados) y un par de notas sociales donde se relata un banquete ofrecido en su honor por un grupo de poetas y amigos(26). Al revisar la trascendencia de Altazor (y a la luz de lo que hoy señalan y destacan los propios poetas españoles) es casi increíble tal pobreza de recepción crítica.
Lo que aparece como incuestionable es el gran aprecio que Huidobro sentía hacia España y hacia muchos de sus artistas y escritores, aunque no recibiera un reconocimiento abierto, el poeta chileno expresará siempre su admiración y afecto. La siguiente ocasión en que regrese a la península - en medio de la guerra civil - lo explicitará tanto en sus poemas como en diversos artículos y discursos.
1936 - 1937: Guerra civil y Congreso de Escritores Antifascistas

Inaugurada la Segunda República española el 14 de abril de 1931 (sólo un par de meses después que Huidobro regresara a París) los enfrentamientos entre diferentes posturas ideológicas no tardarían en hacerse presentes. Luego de gobiernos inestables y una polarización cada vez más extrema, en 1936 estalla la guerra civil comprometiendo a un número impresionante de intelectuales y artistas en favor de la causa republicana. Huidobro, quien había ingresado a las filas comunistas en esa misma década (y a las que renunciaría poco más tarde, con una gran desilusión motivada por el increíble pacto germano- soviético firmado por Ribentropp y Molotov en 1939) no deja de conmoverse por la tragedia española y declara muy enfáticamente su adhesión al bando republicano, viajando desde Chile hasta la península en 1936, el mismo año en que se inicia la contienda (27)
Su participación en la guerra es muy similar a la de un gran número de poetas españoles e hispanoamericanos: discursos políticos, entrevistas, declaraciones a la prensa, lecturas de poemas, etc. (28). Incluso arenga a las tropas nacionalistas desde un coche blindado, mediante un altavoz, en los frentes de Madrid y Aragón instándoles a desertar del bando rebelde para "pasarse" al republicano (muchos escritores como Rafael Alberti, Miguel Hernández y hasta Antonio Machado, realizarían una labor similar en distintas radios leales). Su pasión se desborda por lo que considera una traición terrible a la voluntad del pueblo. La mayor parte de sus declaraciones subraya este punto agregando, en ocasiones, la necesidad que el continente americano y europeo se comprometan a salvaguardar la integridad de la República y sus conquistas políticas y sociales.
1937 se inicia para Huidobro con el recrudecimiento de las antiguas rencillas mantenidas con Pablo Neruda. Diferentes cartas firmadas a favor y en contra de ambos chilenos enconan aún más las posiciones. El asunto intenta zanjarse más tarde con otra misiva dirigida a Neruda y a Huidobro y firmada por un número considerable de intelectuales europeos y latinoamericanos. En esta se les solicita que depongan sus diferencias en pos de la causa común que los une, la defensa de la República española (29).
Este año será el último en que Huidobro visite España. Sin saber que se trata de una despedida, asiste como representante de Chile al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura (celebrado en Valencia, Madrid y París, sucesivamente). Allí se reúne con antiguos amigos y conoce a otros con quien luego constituirá estrechas relaciones (el caso de André Malraux, por ejemplo). Sirve de corresponsal para algunos periódicos chilenos como "Frente Popular" y "La Opinión" de Santiago (30) y escribe algunos poemas alusivos al conflicto que publica, junto a artículos, en revistas tan importantes como "El Mono azul" y "Hora de España".
De regreso a Chile, continuará su labor de respaldo a la República, denunciando la intervención italiana en España de algunos aviadores que están en gira por Sud-América a través de su poema "Fuera de aquí"(31) (publicado en el diario "La Opinión" y que le cuesta una agresión física en la puerta de su casa por parte de simpatizantes de Mussolini). Igualmente, proyecta editar un libro titulado Salud, que nunca fue publicado, con entrevistas a figuras relevantes de la República (Miaja, "la Pasionaria", Líster, Lluis Companys, "El Campesino", etc.) y algunos de los escritores integrantes de las "Brigadas Internacionales".
Es posible afirmar que el compromiso de Huidobro por España sólo es comparable al que meses más tarde de terminada la guerra civil lo vinculen con la defensa de Francia y de Europa de las agresiones nazis y fascistas.
Como conclusión a estas páginas dedicadas a la relación del poeta chileno con España, es menester subrayar el papel determinante de Huidobro en el necesario agiornamento de los escritores peninsulares con sus colegas europeos. Los estímulos y el ejemplo del autor de Altazor son incuestionables a la hora de realizar un balance justo del desarrollo de la vanguardia española. Por último, su compromiso con las reformas sociales de la II República española y su defensa incansable por la supervivencia de lo que ésta representaba deben hacer meditar en torno a la idea del poeta de la indispensable ligazón de la península con el resto de Europa. Luego de muchos años de aislamiento, tanto los intelectuales y artistas españoles como los políticos y la gran mayoría de su población llegarían por fin a una conclusión similar.














DISCURSO EN ESTOCOLMO

Pronunciado por Pablo Neruda con ocasión de la entrega del Premio Nobel de Literatura.

Mi discurso será una larga travesía, un viaje mío por regiones lejanas y antípodas, no por eso manos semejantes al paisaje y a las soledades del norte. Hablo del extremo sur de mi país. Tanto y tanto nos alejamos los chilenos hasta tocar con nuestros límites el Polo Sur, que nos parecemos a la geografía de Suecia, que roza con su cabeza el norte nevado del planeta.
Por allí, por aquellas extensiones de mi patria adonde me condujeron acontecimientos ya olvidados en sí mismos, hay que atravesar, tuve que atravesar los Andes buscando la frontera de mi país con Argentina. Grandes bosques cubren como un túnel las regiones inaccesibles, y como nuestro camino era oculto y vedado, aceptábamos tan sólo los signos más débiles de la orientación. No había huellas, no existían senderos y con mis cuatro compañeros a caballo buscábamos en ondulante cabalgata -eliminando los obstáculos de poderosos árboles, imposibles ríos, roqueríos inmensos, desoladas nieves, adivinando más bien- el derrotero de mi propia libertad. Los que me acompañaban conocían la orientación, la posibilidad entre los grandes follajes, pero para saberse más seguros montados en sus caballos marcaban de un machetazo aquí y allá las cortezas de los grandes árboles dejando huellas que los guiarían en el regreso, cuando me dejaran solo con mi destino.
Cada uno avanzaba embargado en aquella soledad sin márgenes, en aquel silencio verde y blanco, los árboles, las grandes enredaderas, el humus depositado por centenares de años, los troncos semiderribados que de pronto eran una barrera más en nuestra marcha. Todo era una naturaleza deslumbradora y secreta y a la vez una creciente amenaza de frío, nieve, persecución. Todo se mezclaba: la soledad, el peligro, el silencio y la urgencia de mi misión.
A veces seguíamos una huella delgadísima, dejada quizás por contrabandistas o delincuentes comunes fugitivos, e ignorábamos si muchos de ellos habían perecido, sorprendidos de repente por las glaciales manos del invierno, por las tormentas tremendas de nieve que, cuando en los Andes se descargan, envuelven al viajero, lo hunden bajo siete pisos de blancura.
A cada lado de la huella contemplé en aquella salvaje desolación, algo como una construcción humana. Eran trozos de ramas acumulados que habían soportado muchos inviernos, vegetal ofrenda de centenares de viajeros, altos túmulos de madera para recordar a los caídos, para hacer pensar en los que no pudieron seguir y quedaron allí para siempre debajo de las nieves. También mis compañeros cortaron con sus machetes la ramas que nos tocaban las cabezas y que descendían sobre nosotros desde la altura de las coníferas inmensas, desde los robles cuyo último follaje palpitaba antes de las tempestades del invierno. Y también yo fui dejando en cada túmulo un recuerdo, una tarjeta de madera, una rama cortada del bosque para adornar las tumbas de uno y otro de los viajeros desconocidos.
Teníamos que cruzar un río. Esas pequeñas vertientes nacidas en las cumbres de los Andes se precipitan, descargan su fuerza vertiginosa y atropelladora, se tornan en cascadas, rompen tierras y rocas con la energía y la velocidad que trajeron de las alturas insignes: pero esa vez encontramos un remanso, un gran espejo de agua, un vado. Los caballos entraron, perdieron pie y nadaron hacia la otra ribera. Pronto mi caballo fue sobrepasado casi totalmente por las aguas, yo comencé a mecerme sin sostén, mis piernas se afanaban al garete mientras la bestia pugnaba por mantener la cabeza al aire libre. Así cruzamos. Y apenas llegados a la otra orilla, los vaqueanos, los campesinos que me acompañaban me preguntaron con cierta sonrisa:
-¿Tuvo mucho miedo?
-Mucho. Creí que había llegado mi última hora -dije.
-Ibamos detrás de usted con el lazo en la mano -me respondieron.
-Ahí mismo -agregó uno de ellos- cayó mi padre y lo arrastró la corriente. No iba a pasar lo mismo con usted.
Seguimos hasta entrar en un túnel natural que tal vez abrió en las rocas imponentes un caudaloso río perdido, o un estremecimiento del planeta que dispuso en las alturas aquella obra, aquel canal rupestre de piedra socavada, de granito, en el cual penetramos. A los pocos pasos las cabalgaduras resbalaban, trataban de afincarse en los desniveles de piedra, se doblegaban sus patas, estallaban chispas en las herraduras: más de una vez me vi arrojado del caballo y tendido sobre las rocas. Mi cabalgadura sangraba de narices y patas, pero proseguimos empecinados el vasto, espléndido, el difícil camino.
Algo nos esperaba en medio de aquella selva salvaje. Súbitamente, como singular visión, llegamos a una pequeña y esmerada pradera acurrucada en regazo de las montañas: agua clara, prado verde, flores silvestres, rumor de ríos y el cielo azul arriba, generosa luz ininterrumpida por ningún follaje.
Allí nos detuvimos como dentro de un círculo mágico, como huéspedes de un recinto sagrado, y mayor condición de sagrada tuvo aún la ceremonia en la que participé. Los vaqueros bajaron de sus cabalgaduras. En el centro del recinto estaba colocada, como en un rito, una calavera de buey. Mis compañeros se acercaron silenciosamente, uno por uno, para dejar unas monedas y algunos alimentos en los agujeros de hueso. Me uní a ellos en aquella ofrenda destinada a toscos Ulises extraviados, a fugitivos de todas las raleas que encontrarían pan y auxilio en las órbitas del toro muerto.
Pero no se detuvo en este punto la inolvidable ceremonia. Mis rústicos amigos se despojaron de sus sombreros e iniciaron una extraña danza, saltando sobre un solo pie alrededor de la calavera abandonada, repasando la huella circular dejada por tantos bailes de otros que por allí cruzaron antes. Comprendí entonces de una manera imprecisa, al lado de mis impenetrables compañeros, que existía una comunicación de desconocido a desconocido, que había una solicitud, una petición y una respuesta aun en las más lejanas y apartadas soledades de este mundo.
Más lejos, ya a punto de cruzar las fronteras que me alejarían por muchos años de mi patria, llegamos de noche a las últimas gargantas de las montañas. Vimos de pronto una luz encendida que era indicio cierto de habitación humana y, al acercarnos, hallamos unas desvencijadas construcciones, unos destartalados galpones al parecer vacíos. Entramos a uno de ellos y vimos, al claror de la lumbre, grandes troncos encendidos en el centro de la habitación, cuerpos de árboles gigantes que allí ardían de día y de noche y que dejaban escapar por las hendiduras del techo un humo que vagaba en medio de las tinieblas como un profundo velo azul. Vimos montones de quesos acumulados por quienes los cuajaron a aquellas alturas. Cerca del fuego, agrupados como sacos, yacían algunos hombres. Distinguimos en el silencio las cuerdas de una guitarra y las palabras de una canción que, naciendo de las brasas y de la oscuridad, nos traía la primera voz humana que habíamos topado en el camino. Era una canción de amor y de distancia, un lamento de amor y de nostalgia dirigido hacia la primavera lejana, hacia las ciudades de donde veníamos, hacia la infinita extensión de la vida. Ellos ignoraban quienes éramos, ellos nada sabían del fugitivo, ellos no conocían mi poesía ni mi nombre. ¿O lo conocían, nos conocían? El hecho real fue que junto a aquel fuego cantamos y comimos, y luego caminamos dentro de la oscuridad hacia unos cuartos elementales. A través de ellos pasaba una corriente termal, agua volcánica donde nos sumergimos, calor que se desprendía de las cordilleras y nos acogió en su seno.
Chapoteamos gozosos, cavándonos, limpiándonos el peso de la inmensa cabalgata. Nos sentimos frescos, renacidos, bautizados, cuando al amanecer emprendimos los últimos kilómetros de jornada que me separarían de aquel eclipse de mi patria. Nos alejamos cantando sobre nuestras cabalgaduras, plenos de un aire nuevo, de un aliento que nos empujaba al gran camino del mundo que me estaba esperando. Cuando quisimos dar (lo recuerdo vivamente) a los montañeses algunas monedas de recompensa por las canciones, por los alimentos, por las aguas termales, por el techo y los lechos, vale decir, por el inesperado amparo que nos salió al encuentro, ellos rechazaron nuestro ofrecimiento sin un ademán. Nos habían servido y nada más. Y en ese "nada más", en ese silencioso nada más había muchas cosas subentendidas, tal vez el reconocimiento, tal vez los mismos sueños.
Señoras y Señores:
Yo no aprendí en los libros ninguna receta para la composición de un poema: y no dejaré impreso a mi vez ni siquiera un consejo, modo o estilo para que los nuevos poetas reciban de mí alguna gota de supuesta sabiduría. Si he narrado en este discurso ciertos sucesos del pasado, si he revivido un nunca olvidado relato en esta ocasión y en este sitio tan diferente a lo acontecido, es porque en el curso de mi vida he encontrado siempre en alguna parte la aseveración necesaria, la fórmula que me aguardaba, no para endurecerse en mis palabras sino para explicarme a mí mismo.
En aquella larga jornada encontré las dosis necesarias a la formación del poema. Allí me fueron dadas las aportaciones de la tierra y del alma. Y pienso que la poesía es una acción pasajera o solemne en que entran por parejas medidas la soledad y la solidaridad, el sentimiento y la acción, la intimidad de uno mismo, la intimidad del hombre y la secreta revelación de la naturaleza. Y pienso con no menor fe que todo está sostenido -el hombre y su sombra, el hombre y su actitud, el hombre y su poesía- en una comunidad cada vez más extensa, en un ejercicio que integrará para siempre en nosotros la realidad y los sueños, porque de tal manera los une y los confunde. Y digo de igual modo que no sé, después de tantos años, si aquellas lecciones que recibí al cruzar un río vertiginoso, al bailar alrededor del cráneo de una vaca, al bañar mi piel en el agua purificadora de las más altas regiones, digo que no sé si aquello salía de mí mismo para comunicarse después con muchos otros seres, o era el mensaje que los demás hombres me enviaban como exigencia o emplazamiento. No sé si aquello lo viví o lo escribí, no sé si fueron verdad o poesía, transición o eternidad, los versos que experimenté en aquel momento, las experiencias que canté más tarde.
De todo ello, amigos, surge una enseñanza que el poeta debe aprender de los demás hombres. No hay soledad inexpugnable. Todos los caminos llevan al mismo punto: a la comunicación de lo que somos. Y es preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio para llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía; mas en esa danza o en esa canción están consumados los más antiguos ritos de la conciencia: de la conciencia de ser hombres y de creer en su destino común.
En verdad, si bien alguna o mucha gente me consideró un sectario, sin posible participación en la mesa común de la responsabilidad, no quiero justificarme, no creo que las acusaciones ni las justificaciones tengan cabida entre los deberes del poeta. Después de todo, ningún poeta administró la poesía, y si alguno de ellos se detuvo a acusar a sus semejantes, o si otro pensó que podría gastarse la vida defendiéndose de recriminaciones razonables o absurdas, mi convicción es que sólo la vanidad es capaz de desviarnos hasta tales extremos. Digo que los enemigos de la poesía no están entre quienes la profesan o resguardan, sino en la falta de concordancia del poeta. De ahí que ningún poeta tenga más enemigo esencial que su propia incapacidad para entenderse con los más ignorados y explotados de sus contemporáneos; y esto rige para todas las épocas y para todas las tierras.
E l poeta no es un "pequeño dios". No, no es un "pequeño dios". No está signado por un destino cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios. A menudo expresé que el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree dios. El cumple su majestuosa y humilde faena de amasar, meter al horno, dorar y entregar el pan de cada día, con una obligación comunitaria. Y si el poeta llega a alcanzar esa sencilla conciencia, podrá también la sencilla conciencia convertirse en parte de una colosal artesanía, de una construcción simple o complicada, que es la construcción de la sociedad, la transformación de las condiciones que rodean al hombre, la entrega de la mercadería: pan, verdad, vino, sueños. Si el poeta se incorpora a esa nunca gastada lucha por consignar cada uno en manos de los otros su ración de compromiso, su dedicación y su ternura al trabajo común de cada día y de todos los hombres, el poeta tomará parte en el sudor, en el pan, en el vino, en el sueño de la humanidad entera. Sólo por ese camino inalienable de ser hombres comunes llegaremos a restituirle a la poesía al anchuroso espacio que le van recortando en cada época, que le vamos recortando en cada época nosotros mismos.
Los errores que me llevaron a una relativa verdad, y las verdades que repetidas veces me condujeron al error, unos y otras no me permitieron -ni yo lo pretendí nunca- orientar, dirigir, enseñar lo que se llama el proceso creador, los vericuetos de la literatura. Pero sí me di cuenta de una cosa: de que nosotros mismos vamos creando los fantasmas de nuestra propia mitificación. De la argamasa de lo que hacemos, o queremos hacer, surgen más tarde los impedimentos de nuestro propio y futuro desarrollo. Nos vemos indefectiblemente conducidos a la realidad y al realismo, es decir a tomar una conciencia directa de lo que nos rodea y de los caminos de la transformación, y luego comprendemos, cuando parece tarde, que hemos construido una limitación tan exagerada que matamos lo vivo en vez de conducir la vida a desenvolverse y florecer. Nos imponemos un realismo que posteriormente nos resulta más pesado que el ladrillo de las construcciones, sin que por ello hayamos erigido el edificio que contemplábamos como arte integral de nuestro deber. Y en sentido contrario, si alcanzamos a crear el fetiche de lo incomprensible (o de lo comprensible para unos pocos), el fetiche de lo selecto y de lo secreto, si suprimimos la realidad y sus degeneraciones realistas, nos veremos de pronto rodeados de un terreno imposible, de una tembladera de hojas, de barro, de nubes, en que se hunden nuestros pies y nos ahoga una incomunicación opresiva.
En cuanto a nosotros en particular, escritores de la vasta extensión americana, escuchamos sin tregua el llamado para llenar ese espacio enorme con seres de carne y hueso. Somos conscientes de nuestra obligación de pobladores y -al mismo tiempo que nos resulta esencial el deber de una comunicación crítica en un mundo deshabitado y, no por deshabitado menos lleno de injusticias, castigos y dolores- sentimos también el compromiso de recobrar los antiguos sueños que duermen en las estatuas de piedra, en los antiguos monumentos destruidos, en los anchos silencios de pampas planetarias, de selvas espesas, de ríos que cantan como truenos. Necesitamos colmar de palabras los confines de un continente mudo y nos embriagaba esta tarea de fabular y de nombrar. Tal vez esa sea la razón determinante de mi humilde caso individual; y en esa circunstancia mis excesos, o mi abundancia, o mi retórica, no vendrían a ser sino actos, los más simples, del menester americano de cada día. Cada uno de mis versos quiso instalarse como un objeto palpable: cada uno de mis poemas pretendió ser un instrumento útil de trabajo: cada uno de mis cantos aspiró a servir en el espacio como signos de reunión donde se cruzaron los caminos, o como fragmentos de piedra o de madera en que alguien, otros, los que vendrán, pudieran depositar los nuevos signos.
Extendiendo estos deberes del poeta, en la verdad o en el error, hasta sus últimas consecuencias, decidí que mi actitud dentro de la sociedad y ante la vida debía ser también humildemente partidaria. Lo decidí viendo gloriosos fracasos, solitarias victorias, derrotas deslumbrantes. Comprendí, metido en el escenario de las luchas de América, que mi misión humana no era otra sino agregarme a la extensa fuerza del pueblo organizado, agregarme con sangre y alma; con pasión y esperanza, porque sólo de esa henchida torrentera pueden nacer los cambios necesarios a los escritores y a los pueblos. Y aunque mi posición levantara o levante objeciones amargas o amables, lo cierto es que no hallo otro camino para el escritor de nuestros anchos y crueles países, si queremos que florezca la oscuridad, si pretendemos que los millones de hombres que aún no han aprendido a leernos ni a leer, que todavía no saben escribir ni escribirnos se establezcan en el terreno de la dignidad sin la cual no es posible ser hombres integrales.
Heredamos la vida lacerada de pueblos que arrastran un castigo de siglos, pueblos los más edénicos, los más puros, los que construyeron con piedras y metales torres milagrosas, alhajas de fulgor deslumbrante, pueblos que de pronto fueron arrasados y enmudecidos por las épocas terribles del colonialismo que aún existe. Nuestras estrellas primordiales son la lucha y la esperanza. Pero no hay lucha ni esperanzas solitarias. En todo hombre se juntan las épocas remotas, la inercia, los errores, las pasiones, las urgencias de nuestro tiempo, la velocidad de la historia. Pero, ¿qué sería de mí si yo, por ejemplo, hubiera contribuido en cualquiera forma al pasado feudal del gran continente Americano? ¿Cómo podría yo levantar la frente, iluminada por el honor que Suecia me ha otorgado, si no me sintiera orgulloso de haber tomado una mínima parte en la transformación actual de mi país? Hay que mirar el mapa de América, enfrentarse a la grandiosa diversidad, a la generosidad cósmica del espacio que nos rodea, para entender que muchos escritores se niegan a compartir el pasado de oprobio y de saqueo que oscuros dioses destinaron a los pueblos americanos.
Yo escogí el difícil camino de una responsabilidad compartida y, antes de reiterar la adoración hacia el individuo como sol central del sistema, preferí entregar con humildad mi servicio a un considerable ejército que a trechos puede equivocarse, pero que camina sin descanso y avanza cada día enfrentándose tanto a los anacrónicos recalcitrantes como a los infatuados impacientes. Porque creo que mis deberes de poeta no sólo me indicaban la fraternidad con la rosa y la simetría, con el exaltado amor y con la nostalgia infinita, sino también con las ásperas tareas humanas que incorporé a mi poesía.
Hace hoy cien años exactos, un pobre y espléndido poeta, el más atroz de los desesperados, escribió esta profecía: A l'aurore, armés d'une ardente patience, nous entrerons aux splendides Villes. (Al amanecer, armados de una ardiente paciencia, entraremos a las espléndidas ciudades).
Yo creo en esa profecía de Rimbaud, el vidente. Yo vengo de una oscura provincia, de un país separado de todos los otros por la tajante geografía. Fui el más abandonado de los poetas y mi poesía fue regional, dolorosa y lluviosa. Pero tuve siempre confianza en el hombre. No perdí jamás la esperanza. Por eso tal vez he llegado hasta aquí con mi poesía, y también con mi bandera.
En conclusión, debo decir a los hombres de buena voluntad, a los trabadores, a los poetas que el entero porvenir fue expresado en esa frase de Rimbaud: sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia, dignidad a todos los hombres.
Así la poesía no habrá cantado en vano.

César Vallejo

  "Todos sabemos que la poesía es intraducible. La poesía es tono, oración verbal de la vida. Es una obra construida de palabras. Traducida a otras palabras, sinónimas pero nunca idénticas, ya no es la misma. Cuando Vicente Huidobro sostiene que sus versos se prestan, a la perfección, a ser traducidos fielmente a todos los idiomas, dice un error. De este mismo error participan todos los que como Huidobro, trabajan con ideas, en vez de trabajar con palabras y buscan en la versión de un poema la letra o texto de la vida,
en vez de buscar el tono o ritmo cardíaco de la vida... El poema debe, pues, ser trabajado con simples palabras sueltas, allegadas y ordenadas según la gama creadora del poeta... Lo que importa en un poema como en la vida, es el tono con que se dice una cosa y, muy secundariamente, lo que se dice. Lo que se dice es, en efecto, susceptible de pasar a otro idioma, pero el tono con que eso se dice, no: el tono queda, inamovible, en las palabras del idioma original. Los mejores poetas son, en consecuencia, menos propicios a la traducción.
(…)
El artista es, inevitablemente, un sujeto político. Su neutralidad, su carencia de sensibilidad política probaría chatura espiritual, mediocridad humana, inferioridad estética. Pero, ¿en qué esfera deberá actuar políticamente el artista? Su campo de acción política es múltiple: puede votar, adherirse a protestar, como cualquier ciudadano; capitanear un grupo de voluntades cívicas, como cualquier estadista de barrio; dirigir un movimiento doctrinario nacional, continental, racial o universal, a lo Rolland. De todas estas maneras puede, sin duda, militar en política el artista; pero ninguna de ellas responde a los poderes de creación política, peculiares a su naturaleza y personalidad propia. La sensibilidad política del artista se produce, de preferencia y en su máxima autenticidad, creando inquietudes y nebulosas políticas, más vastas que cualquier catecismo o colección de ideas expresas y, por lo mismo, limitadas, de un momento político cualquiera, y más puras que cualquier cuestionario de preocupaciones o ideales periódicos de política nacionalista o universalista. El artista no ha de reducirse tampoco a orientar un voto electoral de las multitudes o a reforzar una revolución económica, sino que debe, ante todo, suscitar una nueva sensibilidad política en el hombre, una nueva materia prima política en la naturaleza humana. Su acción no es didáctica, transmisión o enseñatriz de emociones o ideas cívicas, ya cuajadas en el aire. Ello consiste, sobre todo, en remover, de modo oscuro, subconsciente y casi animal, la anatomía política del hombre, despertando en él la aptitud de engendrar y aflorar a su piel nuevas inquietudes y emociones cívicas. El artista no se circunscribe a cultivar nuevas vegetaciones en el terreno político, ni a modificar geológicamente ese terreno, sino que debe transformarlo química y naturalmente. Así lo hicieron los artistas anteriores a la Revolución Francesa y creadores de ella; así lo han hecho los artistas verdaderos, se ve y se palpa sólo después de siglos, y no al día siguiente, como acontece en la acción superficial del seudo-artista.
(…)
El artista debe, antes que gritar en las calles o hacerse encarcelar, crear, dentro de un heroísmo tácito y silencioso, los profundos y grandes acueductos políticos de la humanidad, que sólo con los siglos se hacen visibles y fructifican, precisamente, en esos idearios y fenómenos sociales que más tarde suenan en la boca de los hombres de acción o en la de los apóstoles y conductores de opinión, de que hemos hablado más adelante.

  Si el artista renunciase a crear lo que podríamos llamar las nebulosas políticas en la naturaleza humana, reduciéndose al rol, secundario y esporádico, de la propaganda o de la propia barricada ¿a quién le tocaría aquella gran taumaturgia del espíritu?

Hay hombres que se forman una teoría o se la prestan al prójimo, para luego tratar de meter y encuadrar la vida, a horcajadas y mojicones, dentro de esa teoría. La vida viene, en ese caso, a servir a la doctrina, en lugar de que ésta sirva a aquélla. Los marxistas rigurosos, los marxistas fanáticos, los marxistas gramaticales, que persiguen la realización del marxismo al pie de la letra, obligando a la realidad social a comprobar literal y fielmente la teoría del materialismo histórico – aun desnaturalizando los hechos y violentando el sentido de los acontecimientos -, pertenecen a esa calaña de hombres. A fuerza de ver en esta doctrina la certeza por excelencia, la verdad definitiva, inapelable y sagrada, la han convertido en un zapato de hierro, afanándose por hacer que el devenir vital – tan fluido, por dicha y tan preñado de sorpresas - calce dicho zapato, aunque sea magullándose los dedos y hasta luxándose los tobillos. Son éstos los doctores de la escuela, los escribas del marxismo, aquellos que velan y custodian con celo de amanuenses la forma y la letra del nuevo espíritu, semejante a todos los escribas de todas las buenas nuevas de la historia. Su aceptación y acatamiento al marxismo, son tan excesivos y tan completo su vasallaje a él, que no se limitan a defenderlo y propagarlo en su esencia –lo que hacen únicamente los hombres libres-, sino que van hasta interpretarlo literalmente, es decir, estrechamente. Resultan, así, convertidos en los primeros traidores y enemigos de lo que ellos, en su exigua conciencia sectaria, creen ser los más puros y los más fieles depositarios. Es, sin duda, refiriéndose a esta tribu de esclavos, que el propio maestro se resistía, el primero, a ser marxista.

  Qué lastimosa orgía de eunucos repetidores, la de estos traidores del marxismo. Partiendo de la convicción de que Marx es el único filósofo de la historia pasada, presente y futura, que ha explicado científicamente el movimiento social y que, en consecuencia, ha dado, una vez por todas, con el clavo de las leyes del espíritu humano, su primera desgracia vital consiste en apartarse de raíz de sus propias posibilidades creadoras, relegándose a la condición de simples papagayos panegiristas y papagayos de
El Capital. Según estos fanáticos, Marx será el último revolucionario de todos los tiempos y, después de él ningún hombre futuro podrá ya crear nada. El espíritu revolucionario acaba con él y su explicación de la historia contiene la verdad última e incontrovertible contra la cual no cabe ni cabrá objeción ni derogación posible, ni hoy ni nunca. Nada puede ni podrá concebirse ni producirse en la vida, que no caiga dentro de la fórmula marxista. Toda la realidad universal no es más que una perenne y cotidiana comprobación de la doctrina materialista de la historia. Desde los fenómenos astrales hasta las funciones secretoras del sexo del euforbio, todo es un simple reflejo de la vida económica del hombre. Para decidirse a reír o llorar ante un transeúnte que resbala en la calle, sacan su Capital de bolsillo y lo consultan previamente. Cuando se les pregunta si el cielo está azul o nublado, abren su Marx elemental, y según lo que allí leen es la respuesta. Viven y obran a expensas de Marx. Ningún esfuerzo les es ya exigido ante la vida y ante sus vastos y cambiantes problemas. Les es suficiente que, antes que ellos haya existido el maestro que ahora les ahorra la viril tarea y la noble responsabilidad de pensar por sí mismos y de ponerse en contacto directo con las cosas.


Manifiesto anticomunista de Vicente Huidobro
Pasada la época heroica de la revolución, el comunismo se ha convertido en un partido político como cualquier otro, sinuoso y zigzagueante como cualquier conglomerado politiquero. Con una diferencia y es que ellos exigen a sus miembros el fanatismo, que crean que cuanto decreta el cónyuge supremo o el comité central es perfecto, es infalible, obedece a razones inapelables, aunque al día siguiente decrete lo contrario.

El poeta Huidobro.
A fines de 1946, el 16 de noviembre había aparecido una nueva revista política en nuestro país,
 se llamaba "El Estanquero" y se destacaba especialmente por su acendrada lucha contra el comunismo. 
De los artículos en ella publicados rescatamos el publicado en su edición del 5 de abril de 1947 titulado
 "Por qué soy anticomunista" y que está firmado por Vicente Huidobro, nuestro destacado poeta que militó 
 entre 1930 y 1940 en esa colectividad:
"La vida de la humanidad es ir presentando problemas. La vida del hombre es ir corrigiendo errores. Estos son los resortes que impulsan la marcha y excitan el espíritu a no detenerse.
Cuando surgió en un magnífico salto mortal la Revolución Rusa sobre el proscenio del mundo, muchos aplaudimos. Creímos que el comunismo era la solución del problema del hombre o por lo menos la solución de los más visibles desequilibrios humanos. Pero es evidente que no ha traído las soluciones tan anheladas; acaso porque el problema no tiene solución, acaso porque había que empezar por la revolución espiritual para llegar luego, como segunda etapa, al mundo económico, acaso porque el comunismo se preocupó sólo de una parte de la humanidad y despreció demasiado otros sectores y otros valores. No es una revolución total del hombre, es la revolución del obrero.
Pasada la época heroica de la revolución, el comunismo se ha convertido en un partido político como cualquier otro, sinuoso y zigzagueante como cualquier conglomerado politiquero. Con una diferencia y es que ellos exigen a sus miembros el fanatismo, que crean que cuanto decreta el cónyuge supremo o el comité central es perfecto, es infalible, obedece a razones inapelables, aunque al día siguiente decrete lo contrario. Es decir la sumisión más absoluta es de rigor, una sumisión que llega al último límite de la claudicación humana. La papidad del Jefe Supremo es más absoluta que la del Supremo Pontífice romano. Entonces la evolución histórica no ha avanzado nada, la libertad de pensamiento se ve tan aplastada y escarnecida como en sus peores tiempos.
¿Esto en nombre de qué ley misteriosa? En nombre de un postulado que afirma que ellos conocen las leyes secretas de la historia, de una especie de historia-objeto que ellos dan vuelta entre sus manos al revés y al derecho y son los únicos en conocer hasta sus últimas raíces. Acaso mañana la historia se haga una ciencia. Hoy esto es falso. En el juicio humano sobre los acontecimientos históricos, sobre el desarrollo evolutivo de las civilizaciones, sobre su probable curso futuro siempre hay elementos que escapan a lo puramente objetivo y aún imperativos abstractos que impiden un juicio demasiado absoluto. Entonces los fanatismos y las brutalidades fanáticas caen en la monstruosidad y no tienen justificación real. Los fusilamientos por diferencias políticas son crímenes repugnantes.
Naturalmente la burguesía debe ser liquidada; no se trata de defenderla sino de encontrar un sistema nuevo que pueda conducir el mundo después de la liquidación de un sistema ya ineficaz. Pero este sistema nuevo no puede ser ninguno que implique una tiranía y la abolición de la libertad. Es muy posible que la solución del impasse actual sea un mundo manejado por la ciencia, por técnicos científicos y no por políticos.
Después de la última guerra contra las tiranías nacistas y fascistas ha revivido con más fuerza que nunca el problema de la libertad humana. En nombre de esta libertad se alzan las conciencias honradas porque seguramente hay voces en esta orquesta movidas por bajos intereses, como también las hay entre los defensores del comunismo. Pero estas voces, ni en un lado ni en el otro, tienen importancia y se les conoce por encima de la ropa la superficialidad.
Jamás han tenido un conflicto espiritual o un caso de conciencia.
 Un lugar mejor
No se trata de construir una cárcel sino un mundo civilizado, cultural, habitable. Para que el mundo sea habitable tiene que ser construido por hombres libres y que a cada ladrillo que colocan sientan un poco más su libertad. El hombre es libertad o sea responsabilidad o no es hombre, porque lo esencial del ser humano es poder decir: me pertenezco y obro por decisión propia, no por imposiciones ni obligado por fuerzas externas. Y no es tan difícil determinar los límites de mi libertad o sea cuando mi libertad invade libertades ajenas.
Lo que más nos interesa es el pensamiento libre buscando la verdad. No el pensamiento dirigido por un comité central buscando la propaganda de una doctrina dada como absoluta en nombre de una papidad que cuenta con los mecanismos policiales para aplastar a todo el que no esté conforme. Es éste fanatismo el que repugna a la razón. Esta tiranía lleva en sí su propia contradicción. Supongamos que los zares de Rusia hubieran dispuesto de un aparato policial tan perfecto como el actual del comunismo, jamás Lenín habría podido levantar cabeza y hacerse oír. Así mismo podemos suponer que si mañana quisiera levantarse un nuevo Lenín en Rusia, desaparecería en 24 horas y nadie conocería sus teorías aunque fueran las más interesantes y presentaran la solución de todos los problemas. Esto puede suceder cuando no hay libertad de pensamiento.
Se diría que el comunismo llegó tarde a la hora de los fanatismos. Ya el cerebro humano pasó esas etapas, por lo menos en los países civilizados. Por eso los fanatismos comunistas suenan a hueco y ya no impresionan a nadie. Sabemos que todo fanático es un idiota. Y además es un débil que se da fuerzas con su fanatismo. Este es el tónico de todos los hospicianos.
Lo que más daño ha hecho al comunismo es la manera de atacar y de defenderse, la táctica de insultos, de calumnias, el manejo de todas las armas prohibidas y los golpes sucios, impuesto por una banda de tontos irresponsables que se han refugiado en ese partido y no se sabe por qué los han admitido y les han permitido fructificar en su seno. Los amargados, los resentidos se sienten muy cómodos al interior de un partido que les permite usar sus almenas para disparar flechas en colectividad y, sentirse acompañados en su insignificancia. En realidad una suma de debilidades no constituye una fuerza, pero ellos al sentirse codo con codo se engañan a sí mismos, se dan el valor y hasta pueden alcanzar cierto optimismo que no lograrían de otro modo.
Uno de los argumentos que más ha molestado a los intelectuales comunistas es una especie de eslogan lanzado en la prensa anglosajona de postguerra y que dice que el comunismo sólo aumenta en los países resentidos o de reconocido analfabetismo y disminuye en los países más culturales y más civilizados. Se advierte hoy en todo el mundo el mismo fenómeno: Las tácticas lanzadas por los comunistas ahora se vuelven contra ellos. Las consignas que ellos empleaban, las emplean ahora sus enemigos, se las disparan a la cara y los hieren con sus mismas armas. La consigna comunista: Guerra al fascismo pardo, se ha convertido en la consigna de las democracias: Guerra al fascismo rojo. Los esclavos de la Gestapo ahora son los esclavos de la Guepeú. Y así muchas otras. Esto sucede porque no se puede basar una lucha social en simples consignas lanzadas al viento sino en algo más serio, en algo más sólido como la libre discusión de los principios y de los hechos históricos.
Ellos quieren amordazar toda polémica y creen que con insultos van a atemorizar a las conciencias libres o a fuerza de gritos van a impedir que se oigan las voces que delatan sus errores o sus mentiras. Se equivocan. Ya no asustan a nadie, ya no acallan ninguna voz contraria. Abusaron demasiado del insulto, del alarido, de todos los gestos sonoros pero huecos. Cuando un escritor de otro país afirma que en Rusia hay tiranía, que no hay libertad, es inútil chillar, lo lógico sería aceptar la verdad y explicar por qué no hay libertad.
Todos estos hechos son los que han producido la desilusión que existe entre tantos y tantos escritores que ayer en los días duros de la revolución, le dieron sus mejores esfuerzos y hoy en que el comunismo se ha convertido en una buena palanca de arribismo, se han retirado para dar el paso a otros, a los arribistas.
Lenín decía que al partido se entraba a sufrir, a sacrificarse, a luchar, a trabajar. ¿Cuántos son hoy los que han entrado con fines de propaganda y de puras ambiciones personales? Muchos, demasiados. Ellos serán los sepultureros de su propio partido y del partido que les permitió vivir. Ellos llaman irónicamente a los desilusionados, los impacientes, los heroicos, etc., etc. Pero éstos no serán los enterradores.
Muchos podrán decir ahora que el comunismo es el opio de la inteligencia, en el mismo sentido en que Marx decía que la religión era opio del pueblo".
http://www.siglo20.cl/1940-49/1947/rep1.htm

Gide y el comunismo

Artículo publicado en el número 151 de El viejo topo, abril 2002. La edición digital procede de la publicación virtual de Batzac aunque se ha completado con los dos últimos apartados y las notas, que no figuraban en la misma

http://www.fundanin.org/Gide.htm Pepe Gutiérrez

Sin embargo, a diferencia de un Bergamín por ejemplo, Gide sigue manifestando la independencia de su carácter cuando en su intervención central en el I Congreso de Intelectuales en Defensa de la Cultura celebrado en París en junio de 1936, Gide no interpreta el guión manipulado por los organizadores según el cual el Frente Popular de la Cultura era una necesidad apremiante contra el nazismo, y exigía por lo tanto "unanimidad", sino que proclama el suyo propio en un discurso en el que enfatiza la defensa de la libertad de creación y de la crítica, y a pesar de los consejos de Malraux, se atrevió a continuación a exigir la libertad del escritor y militante rusofrancés Victor Serge, uno de los dirigente de la Oposición de Izquierdas que, ulteriormente influirá en su evolución crítica del estalinismo sin dejarse llevar por el temor de "hacer el juego" a la derecha.

(…)

Después de Retouches, Gide parece volver a la etapa anterior a su compromiso. Desde junio de 1937, su Journal trata exclusivamente de problemas relacionados con la creación literaria, pero no tardará en salir de nuevo a la palestra llamado por acontecimientos de mayo del 37 en Barcelona. Su posición en relación a la guerra civil española era ya bastante clara, y nada más comenzar Gide habló con pasión de un dilema entre todo lo que había de avanzado y noble -la República-, con todo lo que había de retrógrado y brutal -el franquismo-, y en su vehemencia, no dudó en levantar su copa por la victoria de la República en una cena con Stalin, justo cuando éste se había mostrado como un abanderado de la farsa de la nointervención y Pravda todavía no había tomado partido. Una carta le informa desde Barcelona de los procedimientos que se están empleando contra el POUM y la CNT, y esto le lleva entonces a apoyar una campaña internacional a favor de Andreu Nin y otros perseguidos junto con George Duhamel, Roger Martin du Gard y Francois Mauriac y otros prorepublicanos que envían una carta a Negrín exigiendo que se aclare la situación de los perseguidos. En este momento Gide manifiesta también su voluntad de asistir al Congreso de Intelectuales Antifascistas que el gobierno de Negrín ha organizado en Valencia con el soporte total del Komintern.(…)

Un nuevo conflicto

Aunque en su planteamiento primordial el II Congreso de Escritores Antifascistas se enfocó como encuentro de los escritores de todas las tendencias democráticas representadas en la República, y que la designación de Emilio Prados, Emilio Serrano Plaja y Juan Gil-Albert para la secretaría aparecía como una garantía de dicha pluralidad, su sentido real no era otro que el de la reafirmación cultural del giro político operado en torno a la sustitución de Largo Caballero por el Dr. Negrín. En este encuentro no había lugar para las voces críticas, y de ello se encargaron especialmente los escritores más vinculados al estalinismo como Ilya Erhemburg, Mijhail Koltzov o Pablo Neruda. Como figura protagonista del encuentro anterior, amigo indiscutible de la República y figura de primera magnitud de las letras internacionales, Gide tuvo que presentar su candidatura donde tenía que haber sido un invitado de honor. Sin embargo, cuando se comenzó a hablar de él, la delegación soviética,
con Alexis Tolstoy y Koltzov a la cabeza, amenazó con retirarse. Luego las plumas adictas al estalinismo desencadenaron una campaña contra el autor de
Los alimentos terrestres, amalgamado con el "trotskysmo" y contra la disidencia intelectual representada sobre todo por Bretón y el grupo surrealista. Para la mayoría de delegados empero se trató de un "incidente" embarazoso que amenazaba la unidad del campo republicano gravemente deteriorado y necesitado de un apoyo internacional que no llegaba, a pesar de la "normalización" antirrevolucionaria.
Este será el caso de Malraux, uno de los amigos de Gide que tuvo sus problemas para justificar moralmente su apoyo al veto. Malraux, que había justificado los procesos de Moscú como algo que no afectaba a los valores esenciales de la URRS -lo mismo que la Inquisición, decía, no la había hecho con los valores del cristianismo-, encontraba la actitud de Gide inoportuna. Mucho más expeditivo fue Julien Benda, el famoso autor de La traición de los intelectuales. A José Bergamín, que había escrito un ignominioso prólogo a una apología de los "procesos", le tocó presentar una resolución en nombre de la delegación española en la que se negaba a Gide el derecho de participar por sus "ataques al pueblo ruso y a sus escritores"  y además porque su presencia podía "crear una enemistad con los que están identificados con nuestra causa" (7). Inmerso en este conflicto parecía obvio que Gide no podía ser insensible a la suerte de Trotsky, aunque durante estos años no lo mencionó, ni siquiera llegó leer un libro como Mi vida que, paradójicamente, había causado una honda impresión en François Mauriac. No será hasta después del primer proceso que Gide intervendrá a favor del fundador del Ejército Rojo escribiendo personalmente a su amigo de la juventud, León Blum, ahora al frente del gobierno, para que facilitara el tránsito de Trotsky a México. Durante el segundo proceso, y en un momento en que toda la intelligentzia de izquierdas se muestra fascinada por la "eficacia" de Stalin, Gide escribe al también escritor Jean Guéhenno: "Lo que pretendo es que se puede desaprobar a Stalin, sin llegar por ello a ser trotskysta. Creo (es necesario insistir} que es extremadamente peligroso vincular la causa de la Revolución con la Unión Soviética que, repito, la compromete. Es por haber denunciado dicho comprometimiento que Trotsky es tratado como enemigo público (cuando es Stalin el que compromete la revolución) y de paso, es de golpe asimilado al fascismo, lo cual resulta ciertamente una simpleza. Él es mucho más enemigo del fascismo que el propio Stalin, y es en tanto que revolucionario y antifascista que denuncia los compromisos de este último. Pero, ¡vete ahora a hacerle comprender esto a un pueblo ciego!".
Bertolt Brecht
(Alemania, 1898-1956)

A los hombres futuros

" Vosotros, que surgiréis del marasmo en el que nosotros nos hemos hundido, cuando habléis de vuestras debilidades, pensad también en los tiempos sombríos de los que os habéis escapado. Cambiábamos de país como de zapatos a través de las guerras de clases, y nos desesperábamos donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella. Y sin embargo, sabíamos que también el odio contra la bajeza desfigura la cara. También la ira contra la injusticia pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros, que queríamos preparar el camino para la amabilidad no pudimos ser amables. Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos en que el hombre sea amigo del hombre, pensad en nosotros con indulgencia."